viernes, 17 de abril de 2020

El destino marcado en mi mapa

Ahí, justo ahí es donde llegué el pasado lunes. 
Estoy hablando metafóricamente, claro; porque ya sabes que en España seguimos confinados. ¿Cuántos días van? Yo he perdido la cuenta. 😅 Aunque, si te soy honesta, tampoco me importa tanto. Le he cogido el gusto a esto de vivir en pijama y tengo mi vida completamente organizada, como te he contado con anterioridad en algún otro post. Después del terrible comienzo de año que tuve, empiezo a ver la luz. Y me asusta pensar si esto de sacar la cabeza del hoyo es algo que estoy haciendo por mí misma o tendrá que ver con el parón obligado que ha hecho el mundo. Porque ahora, vivir me está resultando demasiado fácil; aquí, dentro de mi madriguera. Me aterra enfrentarme de nuevo a la vida real, la normalidad, lo cotidiano...
Lo sé, estoy como una cabra. No es nuevo. Tienes todo el derecho a ponerme verde, como la hoja del perejil.
Pero mis idas de olla ahora no vienen al caso. Retomando el tema del post; sí, he llegado a mi destino. El fijado en mi mapa de escritora. Ese que tracé para no perderme en el desarrollo de la novela que comencé a escribir a principios de marzo. ¿Recuerdas que te he ido relatando cómo me iba con este método de trabajo? Pues ya tengo listo el primer borrador de esta nueva historia. 


Ha sido un visto y no visto.
Hablaba en otra entrada de lo genial que resulta escribir con mapa para incrementar el rendimiento. Pero he superado con creces la fecha prevista para tener este primer esbozo de la novela. En realidad, esta ha sido la que marqué en el calendario tras organizar todo el trabajo. Pero, tal como ya relaté, me han ido surgiendo escenas improvisadas sobre la marcha. También hubieron tres días, a principios de marzo cuando comenzaba este trabajo― que me salté el plan y no escribí. Cuesta acostumbrarse a las nuevas rutinas, ya sabes. Por eso esperaba que el primer borrador no estuviera listo hasta finales de abril, como muy pronto. 
Toda una sorpresa que no haya sido así. La cual sé que tengo que agradecer a la cuarentena, porque en circunstancias normales no habría podido dedicarle tanto tiempo a la escritura. 
Sin embargo.... La alegría que siento cada vez que termino de narrar una historia se ve empañada por el miedo y la inseguridad. Y es que no puedo ver en las casi trescientas paginas que he ido escribiendo las últimas cinco semanas una historia completa. Le falta entidad para ello. Debo repasar el texto, corregir faltas pero también perfilar la trama, los ambientes, los personajes... Y eso es lo que me asusta, porque no sé si seré capaz de convertir el desastroso manuscrito que tengo ahora en una novela de verdad.
Por otro lado, siento la historia y a sus personajes como extraños. A día de hoy puedo decir que no les tengo el afecto que suelo agarrar a las personas que transitan por mis obras. Será porque he convivido con ellos poco tiempo y no he podido conocerlos muy bien. No me han calado. Aunque sí me han ayudado a hacer más llevadera la cuarentena. Durante estas semanas, el mejor momento del día ha sido sentarme a escribir y sumergirme en la fantasía, olvidando el resto de mundo. Solo por eso, debería estarle agradecida a esta pandilla, ¿no?
Nunca he sido partidaria de Nanowrimo, ni de ningún otro sistema que pregone el escribe sin preocuparte por las letras dejas atrás. Eso no quiere decir que no me parezcan métodos estupendos. Pero solo para quienes sean capaces de trabajar en esas condiciones, como ocurre con todo. Yo necesito el orden, ir creando un rastro seguro y bien encaminado en el papel por el que paso. Es algo que a los escritores siempre nos dicen que no debe preocuparnos. Que lo que tenemos que hacer es escribir, y ya luego corregimos todo lo que haga falta. Pero... a mí me cuesta tanto rendir de esta manera. Sin embargo, he caído en la tentación de acabar un trabajo rápido. Lo he hecho... ¡Y me ha gustado demasiado!
El gran problema mi gran problema― lo enfrento ahora, que llega el momento de pagar los costes de tantísima velocidad.  El miércoles, dejando un día de descanso tras finalizar el proyecto, hice un primer intento de sentarme a peinarle la enmarañada melena a este retoño que acabo de traer al mundo. Me he agobiado tanto que he decidido dejarlo en reposo unos meses y retomar la historia con la que estaba a principios de año. Aunque, eso sí, he comenzado a organizar una escaleta de la misma a partir de los tres capítulos que ya tengo escritos. Esa parte del experimento que he llevado a cabo sí me ha gustado y la encuentro muy ventajosa.
Así que, tras todo lo expuesto, creo que la conclusión es que todos tenemos nuestros tiempos y debemos respetarlos. Porque, si me paro a pensarlo objetivamente, la verdad es que sigo sin tener nueva novela terminada, por más que ahora sume un borrador almacenado en mi USB. Este no estará listo hasta que le meta mano al texto y lo pula para dejarlo como Dios manda. De modo que, acéptalo, Adriana; eres una autora que necesita dejar cocer su trabajo a fuego lento. De otra manera, lo único que consigues es echar a perder la comida. 😔

domingo, 12 de abril de 2020

Lee el primer capítulo de "Una vida contigo"


Capítulo 1

Era poco más que una muñeca en las manos de esa mujer. La anciana, con el ceño fruncido como si el solo hecho de tener que tocarla la asqueara sobremanera, la manipulaba con una absoluta falta de delicadeza. Ya la había obligado a meterse dentro de un vestido que, en opinión de la muchacha, revelaba mucho más de lo que ocultaba. Ahora se ensañaba con su melena hundiendo en ella, con saña, el cepillo.
―¡Ay! ―se quejó Abril, lamentando al instante haber cedido a la debilidad. A través del espejo pudo ver como, a su espalda, la expresión de su estilista se volvía más agria. Lo cual resultaría difícil de creer de no ser porque tenía la evidencia delante de los ojos.
―Cállate, zorra ―le espetó la mujer con una rudeza que, en comparación, hizo que sus rasgos parecieran suaves―. ¿Crees que tengo toda la tarde? A algunas no nos basta con abrirnos de piernas para ganarnos el jornal.
La joven no replicó. Simplemente dejó que el insulto pasara de largo, sin rozarla. No habían pasado ni veinticuatro horas desde que pisó esa casa por primera vez. Ni siquiera había transcurrido un día desde que fue puesta bajo el cuidado de la anciana Rómula. Pero ya había visto lo suficiente de su carácter para saber que, con ella, lo mejor era no caer en provocaciones. Una máxima que la chica pensaba llevar a rajatabla. Después de todo, estarían obligadas a vivir juntas durante los próximos días. Puede que incluso semanas. O hasta meses. No tenía intención de complicarse la existencia más de lo que ya la tenía.
A sus veinte años, Abril sabía que la vida es una rival a la que no conviene provocar, porque no hay manera de ganarle. Después de que su madre se fuera de casa, dejándolos a Teo y a ella solos con su padre, empezó a resignarse a aceptar las cosas como venían. Su rebeldía, esa que marca la adolescencia de cualquiera, fue exterminada por unas obligaciones de adulta que no tuvo más remedio que aceptar como propias.
Rómula agarró un mechón de su cabello, largo y de un tono castaño claro, lo enredó en su mano y se lo recogió en la nuca. Sujetándolo allí con una horquilla que la muchacha creyó que terminaría taladrándole el cráneo. Se sentía como la protagonista de una de esas novelas que leía Nuria. Pero no por el repertorio de vestidos, maquillaje y abalorios dispuestos para ella a lo largo y ancho de la habitación. Sino por el triste papel que le había caído en suerte.
Se había convertido en una letra de cambio para las deudas de su padre. La doncella entregada en prenda al acreedor al que este no había sido capaz de pagar el dinero que tomó para sacar adelante su último negocio fallido. Una empresa de importación y exportación de licores marcada por el fracaso desde el mismo instante de su nacimiento. Situación que, además de humillante, resultaba bastante patética. ¿Quién creería posible semejante argumento en pleno siglo XXI y en un país civilizado ―al menos en teoría― como España? Ella, de no ser porque estaba desempeñando el rol protagonista, habría cerrado la novela sin terminar de leer la primera página.
―Las mujerzuelas como tú sois lo peor. ―Rómula usó otra horquilla para terminar de afianzar el moño en su nuca―. No os importa venderos para conseguir lo que queréis. ―Tras asegurarse de que estaba bien sujeta dio por finalizada la sesión de peluquería, se levantó y comenzó a recoger el desbarajuste de prendas femeninas que había dejado sobre la cama―. Pero no siempre tendrás esa cara y ese cuerpo. ¡No señor! ―Agarró un vestido de un color rosa muy pálido, casi crema, y lo enganchó en su brazo izquierdo, sobre todos los demás―. Entonces, solo serás una puta vieja por la que nadie pagará ni un miserable real.
De no ser porque su situación le parecía de lo más lamentable, la joven habría jurado que había un cierto matiz de envidia en el discurso de la anciana. Un sentimiento que no tenía razón de ser. Si quería intercambiar puestos, ella, desde luego, estaba más que dispuesta a hacerlo.
La criada terminó de recoger y puso rumbo a la puerta. Al llevarse consigo todos aquellos vestidos y alhajas la habitación recuperó la atmósfera masculina que delataba la personalidad de su inquilino. El hombre que, dejando de lado eufemismos y sutilezas, se había convertido en el dueño de Abril. Así de triste, vejatorio y real. En solo un día, había pasado a adquirir la misma condición que podría tener una camisa, unos pantalones o un reloj.
Esperó hasta que sonó el clik que anunciaba que Rómula había soltado el pomo para alejarse por el pasillo. Solo entonces la chica se acercó a la puerta, forcejeando con ella en un vano intento de abrirla. Estaba cerrada. Por supuesto, ya lo sabía. Por más que la considerase una ramera de primer nivel la anciana había tomado sus precauciones para evitar que pudiera irse antes de cumplir con su trabajo. En un exceso de celo extremo para con su señor incluso le había requisado el móvil, impidiéndole tener cualquier tipo de contacto con el mundo exterior. Una medida tan extrema como innecesaria. Abril no tenía la más mínima intención de huir. No estaba allí por voluntad, eso era indiscutible. Pero, aun así, poseía un buen motivo para no pensar, siquiera, en poner un pie fuera de esa casa.

―Este país está cansado de los abusos. De los engaños y las trampas en las que lo han hecho caer quienes se suponía que debían velar por él, y por todos los que en él habitamos. Está cansado de ser una víctima de los que juraron salvarlo.
Ildefonso de la Serna hizo una pausa, prolongando el dramatismo de su discurso. Era su especialidad, sabía valerse del populismo más descarado como nadie en el mundo. De ahí que los mítines frente a hordas de desilusionados ciudadanos fueran su punto fuerte. La clase obrera, el sector más dañado por la crisis, lo veneraba como a un dios. En él veían a una suerte de mesías que los salvaría de la tiranía de los corruptos hombres de negocios. Le bastaba con unos minutos en televisión para que la opinión pública se volcara en su favor. Sin embargo, era en las distancias cortas donde mejor funcionaba. Muy pocos eran capaces de mantenerse fríos ante la estudiada pasión de la que revestía cada una de sus alocuciones.
―Es por esto que no debemos quedarnos de brazos cruzados ―siguió, sabiendo que los pocos segundos en los que sus palabras quedaron suspendidas en el aire sirvieron para que los presentes llegaran a la misma conclusión que él―. Es por esto que debemos hacer algo para impedir que este país muera a manos de una manada de chupasangres―. Como era de esperarse, vítores y exclamaciones acogieron la última frase―. Hay que hacer algo, amigos. ¡Haya que hacer algo! ―remarcó con mayor énfasis―. Y por eso estoy aquí. Para… Para…
Las palabras se atascaron en su garganta y se vio obligado a hacer una nueva pausa. Una que, esta vez, no entraba dentro del guion fijado.
El clima generado por el discurso se quebró un poco y algún que otro murmullo se extendió por la sala, distrayendo la atención de los presentes. Aunque, por una vez, a Ildefonso no le importó dejar de ser el protagonista. La verdad fue que ni siquiera se dio cuenta. Toda su atención estaba puesta en el individuo sentado en primera fila. En aquel par de ojos oscuros que lo miraban como si el destino estuviera encerrado en ellos.
Tragó saliva y su nuez se movió con dificultad. El sudor que le cubría la frente amenazaba con estropear su imagen en cámara y el pánico comenzó a cundir entre su equipo. Pero él seguía ahí. Inmóvil, mudo e incapaz de pensar en nada que no fueran esos ojos que se le antojaban venidos del más allá.
―Para… ―Luchó por encontrar su propia voz, hallándola a duras penas ―…Para liderar el cambio que nos hará libres. Muchas gracias y buenas noches.
Concluyó el discurso cuando apenas había llegado a la mitad del mismo, con un colofón propio de un presentador de telediario ansioso por terminar la retransmisión. Los aplausos estallaron según lo habitual, coronando su retirada a pesar de que aquella no pasaría a la historia como su mejor intervención. Estaba seguro de que, al día siguiente, la prensa, concretamente la que se teñía de una ideología contraria a la suya, se haría eco de que Ildefonso de la Serna se había quedado en blanco a mitad de uno de sus discursos. Poco le importaba. En ese momento sus preocupaciones estaban muy lejos de lo que aquellos mequetrefes de pluma afilada pudieran escribir sobre él.
―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó el jefe de su gabinete de prensa. Acercándose a él tan pronto como llegó a las bambalinas.
―¿Dónde está Santos?
―¿Quién?
―Santos, mi guardaespaldas ―aclaró de la Serna, malhumorado por tener que perderse en detalles en un momento como ese ―. Necesito hablar con él.
―Pero…
―Estoy aquí.
El atribulado jefe de prensa fue hecho a un lado por el hombre que el candidato a la presidencia reclamaba. Santos Márquez se aseguró de alejar a todos los presentes, para lo que no necesitó más que una mirada, antes de preguntar:
―¿Qué sucede?
Repuesto de la impresión de ver a un fantasma, Ildefonso habló con su habitual autoridad.
―Está aquí.
―¿Quién está aquí?
―¡Ese maldito cabrón! ―estalló casi sin dejarlo terminar la pregunta―. Danta ―pronunció en un tono más sosegado, consciente de que el arranque le había servido para que todos voltearan a mirarlos.
Las espesas cejas del guardaespaldas se elevaron por la sorpresa.
―Eso es imposible ―se mostró escéptico. Al menos en apariencia, porque todo su cuerpo se estremeció al oír el nombre. Despertando a un temor que los años solo habían logrado aletargar, pero no matar―. Yo mismo lancé su cuerpo al río, hace seis años.
De la Serna sonrió sin asomo de humor.
―Ya. Pues, o fue revivido por una sirena de agua dulce, o fallaste en algo.
Santos tembló imperceptiblemente, sopesando una posibilidad recurrente para él. Una idea que no había dejado de atormentarlo desde aquella fatídica noche. Un pensamiento que se guardó para sí, como hacía siempre que lo asaltaba, sin osar comunicárselo a su jefe.
―Ordenaré a mis hombres que vigilen todas las salidas del edificio ―declaró, confuso aún―. Sí de verdad está aquí, lo encontraremos.
Esperó hasta ver asentir al candidato antes de darse media vuelta. Solo entonces echó a correr por el pasillo con el walkie en la mano, repartiendo órdenes a diestro y siniestro a través del aparato. A su espalda, de la Serna forzó una sonrisa, se levantó y se acercó a los miembros de su equipo como si nada hubiera ocurrido. Dispuesto a comentar los detalles de su última intervención pública. Su habitual sangre fría acudió en su ayuda permitiéndole recomponer, en unos pocos segundos, la imagen de líder salvador de un país al borde del abismo.

El coche se detuvo en la puerta del auditorio en el mismo momento en que salía él. Se subió el cuello del abrigo, aprovechando la excusa del frío como coartada para ocultar su rostro, y caminó con la cabeza gacha. Alcanzó la puerta del vehículo en un par de zancadas.
―Vámonos ―ordenó ya dentro del coche. A lo que el hombre al volante obedeció al instante.
―¿Te ha visto? ―preguntó este, girando un momento la cabeza hacía atrás.
Él le sonrió desde el asiento trasero.
―Deberías haber visto su cara. Por un momento llegué a creer que iba a darle un ataque al corazón.
―Una lástima que no haya sido así. Nos habría ahorrado un montón de trabajo.
―Y también un montón de diversión. ―Recorrió la cicatriz que le surcaba el lado izquierdo de la cara, de la frente al pómulo, con la yema de los dedos. Notando el tacto rugoso de la delgada línea dibujada en su piel de manera permanente―. No he llegado hasta aquí para que unos achaques de viejo me impidan acabar con ese bastardo.
El chófer no respondió. Detuvo el coche en un semáforo y el relente que empezaba a acumularse en la luna delantera descompuso la luz roja en un sinfín de diminutos puntitos.
―No sé si esto es buena idea ―dijo al fin, con aire reflexivo. Sumido en la contemplación de los pequeños haces de luz escarlata.
―¿Ahora vas a echarte atrás? ―bromeó el que ocupaba el lugar del pasajero, mirando lo poco del perfil de su interlocutor que podía ver desde donde estaba.
―No, claro que no. Quiero que ese malnacido pague por todo lo que ha hecho. Lo que digo es que te arriesgas demasiado.
El semáforo tornó de rojo a verde, dando vía libre para seguir circulando. El conductor no se lo pensó y reemprendió la marchar por unas calles que, poco después de la puesta de sol, bullían con la alegría de los transeúntes. Escolares que salían de sus clases, oficinistas que daban por concluida la jornada laboral o amigos que se reunían en la puerta de algún bar para compartir mesa y confidencias. Una estampa que reflejaba el encanto de la vida normal, de una existencia al margen de venganzas y planes urdidos en la sombra.
El otro se inclinó hacia delante, colocándole una mano en el hombro y oprimiéndoselo con afecto.
―No te preocupes demasiado por mí, Fidel ―pidió de un modo que sonó a gratitud―. Después de todo, Jerónimo Danta es un hombre muerto. ¿Qué mal podrían hacerme, cuando ni siquiera existo?

Aguardó toda la tarde con el alma en vilo. Temiendo, con cada coche que oía pasar cerca de la casa, que él hubiera llegado. La vivienda estaba bastante retirada de la ciudad, en una urbanización privada de la sierra madrileña, por lo que el tráfico no era muy profuso. Quizá por eso su estómago seguía encogiéndose cada vez que la luz de unos faros se colaba por la ventana, iluminando el cuarto de un modo fantasmal. Era un hecho tan esporádico que aún conseguía asustarla.
Lo curioso fue que, pese ha estar tan alerta como un soldado en territorio enemigo, cuando ese hombre entró en la habitación ―su habitación― la pilló desprevenida. No hubo luces de faros, ni ruido de motor, ni siquiera el sonido de unos pasos subiendo las escaleras. Nada que la ayudara a anticipar su presencia. El pomo de la puerta comenzó a girar de improviso, como impulsado por la mano de un fantasma.
Abril, que llevaba un buen rato sentada en el borde de la cama sin tener nada mejor que hacer, se levantó tan pronto se percató de que la puerta comenzaba a abrirse. Tan rápido que le costó mantener el equilibrio sobre los altísimos y finísimos zapatos de tacón que Rómula le había hecho ponerse. No estaba acostumbrada a usar ese tipo de calzado, por lo que se veía obligada a hacer acrobacias para mantener la estabilidad.
Contuvo el aliento, sintiendo que la vida se le escapaba mientras la puerta despejaba la salida que había estado bloqueada toda la tarde. Cuando terminó, cuando el hueco del pasillo quedó visible y la figura del desconocido al que había sido entregada apareció en él, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contener el llanto.
No quería llorar. Eso sería tan infantil, tan humillante… Pero no era fácil mantenerse serena en una situación así. No creía que ninguna mujer estuviera preparada para experimentar lo que ella estaba experimentando. Lo que aún tendría que experimentar.
Jamás se había quejado de la falta de habilidades paternas de su progenitor. Cada uno es como es y no se le puede exigir más de lo que está capacitado para dar. Así, al menos, pensaba la joven. Tan dispuesta a perdonar siempre las faltas de los demás. Pero, en ese momento.
En ese momento ser condescendiente con él era una misión imposible. En ese momento, el innegable sentimiento de odio que le inspiraba su padre la asustaba.
La sorpresa hizo que las cejas de Jero se elevaran al llegar al dormitorio y encontrar allí a esa muchacha. De entrada, le costó asimilar su presencia.
―Imagino que tú eres el cheque al portador de Galván ―dijo, recordando quién era ella y qué estaba haciendo en su habitación.
La chica, una adolescente apenas, agachó la cabeza, ocultándole la mirada. Lo que no evitó que él notara que las lágrimas empezaban a agolparse en sus ojos.
¡Oh, no! Por favor, que a esa chiquilla no le diera por ponerse a llorar. Los dramas nunca habían sido lo suyo. No se le daba bien lidiar con ese tipo de situaciones, y ya tenía bastantes cosas de las que ocuparse para añadir a la lista la tareas consolar a una niña.
―Abril ―la llamó suavizando el tono―. Ese es tu nombre, ¿verdad?
Ella asintió y él avanzó un par de pasos. Los mismos que retrocedió la muchacha, consiguiendo que la distancia que los separaba se mantuviera igual. Jero esbozó una sonrisa, divertido por la hábil maniobra.
―Tranquila, no voy a hacerte nada ―bromeó, mostrándole las palmas de las manos para corroborar su buena intención.
Abril alzó la cabeza, mirándolo con unos ojos grises cubiertos de agua. Aunque, más que en sus ojos, Danta se fijó en su atuendo. Le resultaba más propio de una cabaretera francesa de principios del siglo XX que de la jovencita de rostro angelical que tenía delante. Sin duda, aquello era obra de Rómula. La anciana poseía un gusto por lo sórdido que resultaba preocupante. El vestido rojo, abierto a un lado mostrando la pierna derecha de la chica desde el tobillo hasta la ingle; el escote en V que llegaba poco más arriba del ombligo; el excesivo maquillaje y aquel rodete de señora de pueblo en un día de verbena. Más que su libido, el trabajo de la criada excitaba su hilaridad. 
Una lástima porque, en realidad, la muchacha era bonita. Muy bonita, de hecho. De un modo lánguido, eso sí. Propio de princesita de cuento: dulce, ingenuo y aniñado. Un estilo que no tenía nada que ver con él. Jero no era aficionado al azúcar. Ya de niño prefería el plato fuerte al postre. Pero, gustos personales al margen, no podía negar que la hija del sinvergüenza de Galván era una belleza.
Hizo un nuevo intento de acercamiento y, en esta ocasión, ella no se retiró. Aunque se notó demasiado que le costó Dios y ayuda mantener los pies quietos. Jero la observó más de cerca y Abril volvió a esconderle el rostro, arrancándole otra sonrisa.
Aquello tenía gracia. Mucha.
¿Qué se suponía que hiciera con esa niña?
―Acuéstate en la cama.
La orden le provocó el gesto espontaneo de abrazase a sí misma, como si intensase protegerse.
Era el momento, ya había llegado. No fue una sorpresa, sabía a lo que iba a esa casa desde mucho antes de poner un pie en ella. Pero el conocimiento no hacía que el asunto resultara más sencillo.
Ni siquiera sabía qué esperar de aquel encuentro. Aunque hacía casi un mes que salía con Carlos, su novio, todavía no habían traspasado la barrera de los abrazos y los besos. Ese era el límite de la intimidad que había compartido con un chico. Conocía la técnica, por supuesto, pero no lo que sentiría al ponerla en práctica y la incertidumbre la asustaba. Eso por no hablar de que pensar que la primera vez que se entregaría a un hombre sería una mera transacción comercial le resultaba tan humillante como repugnante.
Tardó una eternidad en llegar a la cama. Así se lo pareció a ella y también a Jero, que la veía moverse con la misma velocidad que un koala. Cuando llegó se dejó caer en el filo del colchón, abrazándose aún. En el otro extremo de la habitación él comenzó a desnudarse. Se quitó primero la chaqueta y luego se desabotonó la camisa. Cuando se hubo despojado también de esta, dejando al descubierto la parte superior de su musculado cuerpo, Abril no pudo soportarlo más. La visión de la espalda masculina la hizo derramar las lágrimas que a duras penas había estado conteniendo hasta entonces. Danta prosiguió con su desnudo sin prestarle atención, desabrochándose el cinturón al tiempo que le lanzaba una mirada por encima del hombro.
―¿Se puede saber por qué lloras? Te estoy dejando el mejor lugar.
La muchacha siguió gimoteando sin intentar siquiera descifrar qué era eso de «el mejor lugar». Lo que ese hombre dijese le importaba más bien poco. Lo único en lo que podía pensar era en lo cerca que estaba de convertirse en digna merecedora de los insultos de Rómula.
―Puedes dormir en la cama, yo me quedaré aquí ―aclaró Jero pese a la falta de respuesta. Señalando el diván que tenía a su derecha, cerca de la ventana―. Así que sécate esas lágrimas. Soy yo el que se lleva la peor parte.
Ahora sí, los sollozos se silenciaron. Contenidos por la más absoluta incomprensión.
¿Dormir en el diván? ¿Significaba eso que no tenía intención de compartir cama —con todo lo que implicaba— con ella? Aquello sí que no encajaba con lo que había esperado del encuentro.
Con las cejas unidas en una sesuda expresión, Abril lo observó mientras él buscaba en sus cajones una muda de ropa con la que, después, se metió en el baño. Escuchó el ruido de la ducha y, a ratos, el estribillo de alguna canción que Jero silbó con una entonación más que cuestionable.
Poco a poco el miedo remitió, dejándole una sensación de casi seguridad. Decidió que, por lo menos, podía sentirse así el tiempo que él estuviera allí dentro. Se secó las lágrimas, llenándose las mejillas y el dorso de las manos de manchurrones de rímel. Se descalzó, se cobijó bajo el edredón hasta la coronilla y rezó para no haber malinterpretado las palabras de ese hombre.
No pegó ojo en toda la noche. Seguía despierta cuando él salió del baño, aunque fingió dormir profundamente. Encogiéndose ante cada ruido que oía a su alrededor y no podía identificar con los párpados cerrados. Los sonidos se extinguieron cuando Jero se acostó en el diván y apagó la luz para rendirse al sueño. Pero Abril siguió alerta, temiendo sentir sus manos sobre ella en cualquier momento.
Así la sorprendió el día. Tras una noche eterna el sol se asomó al otro lado de las cortinas y Jerónimo Danta, creyéndola aún dormida, se vistió y salió de la habitación intentando no perturbar su sueño. Solo entonces la muchacha comenzó a creer que él no tenía intención de tocarla.
Al menos, por el momento.

miércoles, 8 de abril de 2020

Reedición de "Una vida contigo"


Finalicé 2019 estrenándome en la autopublicación. ¿El título elegido para dar ese salto al vacío? Pues este que ves aquí arriba: Una vida contigo. 
Sin embargo, por diversos motivos, decidí retirar la novela de la venta. Si me sigues habitualmente, ya sabrás que 2020 tuvo un comienzo complicado para mí y recién empiezo a seguirle el paso. No está siento hasta ahora que empiezo a sentir que el suelo sobre el que piso es estable. Al menos, lo bastante para no hundirme en cuanto pose el pie en él. Voy recuperando la confianza. También mi espíritu aventurero mejor conocido como inconsciencia― , por eso me he animado a reeditar esta historia para compartirla contigo, y con todo el que me dé la oportunidad de contársela. 
¿Que de qué va? Pues espera, aquí te paso la sinopsis. 😉

Sinopsis: Jerónimo Danta es un hombre muerto. Lo asesinaron seis años atrás, cuando se convirtió en una amenaza para el ascenso al poder del hombre al que una vez admiró. 
Abril Galván no espera nada de la vida. Pese a su juventud, está acostumbrada a que esta le ofrezca su cara menos amable. Resignarse a lo que venga es la única manera de sobrevivir que conoce. 
Los caminos de ambos se entrecruzan y, en la situación menos propicia, el amor se presenta para traerles de vuelta eso a lo que ambos han renunciado. Que resulta ser, también, lo que más necesitan: esperanza y valor para mantener viva la llama que ilumina la posibilidad de un final diferente al que parece sellado por sus destinos. Uno que, como en los cuentos de hadas, cierre su historia con un «y fueron felices para siempre» que marque el comienzo de una vida juntos. 

El pasado noviembre hice todo un especial dedicado a Una vida contigo, el cual es la causa de que ese mes haya desaparecido por completo del blog. Claro, como retiré la obra, y eso. 🙄 Sí, tengo estas cosas; soy visceral, trágica y Drama Queen. ¿Qué le hago? A lo que voy es a que, si me sigues desde entonces, ya sabes bien de qué va la historia de Jero y Abril. Puede que incluso hayas leído sus primeros capis si no lo has hecho, es porque no has querido; porque te di todas las facilidades 😋. Pero, por si me conociste un poquito después, y te has perdido el montón de post que dediqué a hablar sobre la novela, te cuento que es especial para mí. Escribirla fue mi válvula de escape en el momento en que la realidad se ensañó conmigo. Me encanta porque por ella desfilan muchos personajes, y cada uno de ellos tiene bastante que aportar a la trama. La cual mezcla el romance con la acción. Dos géneros que me encantan y, cuando van de la mano, más.
Aquí hay drama, venganza y, también, sus buenas dosis de comedia. ¡Pues claro que sí! Es un género tan necesario. Y más en estos tiempos que nos están tocando vivir. 
Pero, aunque, como digo, Una vida contigo es la historia de muchas personas, sobre todo, lo es de Jero, de Abril y de su romance. Protagonistas absolutos. Ellos son mi pareja favorita, de entre todas las que he inventado. Aunque también es verdad que a ella me costó entenderla, respetarla y valorarla. Sin embargo, finalmente me ganó. Y a él... Bueno, a Jero lo amo. Con una única palabra queda dicho todo lo que es Jerónimo Danta para mí. 🥰 Aún hoy, cuando me deslizo bajo las mantas para entregarme al sueño, me da por fabular cómo les va la vida a estos dos ahora, que ya han superado los obstáculos que se interponían entre ellos.
En este momento, me los veo confinados en casa. Como estamos todos los españoles y más de la mitad del mundo.😅
Bueno, ¿qué? ¿Te animas a darle una lectura a Una vida contigo?
¡Ojalá me respondas que sí!

viernes, 3 de abril de 2020

Abril (poema)

Y abril volvió a ser abril
vestida de primavera. 
Se cansó de asomarse 
al balcón
y corriendo 
bajó la escalera.

La calle montó una fiesta
pa' recibir a su reina.
Perfumó con jazmines
la noche
y de jacarandas 
llenó las aceras.

Y abril volvió a ser abril,
porque la vida no espera.
Y, aunque el invierno
deshoja el alma,
tras él  florece
la primavera.

domingo, 29 de marzo de 2020

Los hombres también saben escribir romántica

¡Y sin ayuda de nadie!
Así, con esta reivindicación de profundo calado social como todas las que hago 😋― comienzo el post de hoy. Pero, antes de entrar en materia, te voy a poner en situación con una de esas larguísimas introducciones, en las que te cuento la mitad de mi vida.🤦‍♀️
Aquí está el germen que ha dado origen a la entrada que ahora lees. 
La cuarentena me está permitiendo llevar una vida muy estructurada. De lunes a sábado tengo todas las horas del día programadas, distribuidas en tareas con las cuales el tiempo se me pasan volando. Es una recomendación que dieron los psicólogos cuando el encierro comenzó y la estoy llevando a rajatabla. Me está sentando tan bien esta dinámica, que me da un poco de miedo pensar sí seré capaz de mantenerla cuando se levante el estado de alarma. La verdad es que he ganado calidad de vida, aunque haya perdido libertad. 
¿Esto tiene algún sentido?😕
Dentro de la organizada existencia que estoy llevando, el domingo es el día de descanso. Cuando me permito olvidarme de todo y simplemente vegetar, que tras toda una semana a piñón me viene muy bien. Sinceramente, acabo agotada. Hacía tiempo que no dormía como lo estoy haciendo ahora. Pero, claro, no tener nada que hacer, cuando estás obligada a no poner un pie fuera de casa, también tiene su parte negativa: la jornada se hace interminaaaable. 
Así que, tras aburrirme como una ostra el domingo pasado, desde el lunes siguiente me puse a pensar qué iba a hacer con mi día de descanso esta semana. Me apetecía rever una peli; una de esas viejitas que me gustaban mucho en el pasado. Redescubrir una historia para reencontrarme con emociones de otra época. Pero... ¿cuál veo? Si ya le he dado seis vueltas, como poco, a mi lista de clásicos inolvidables.
Entonces me acordé de un título que he tenido olvidadísimo: 1, 2, 3... ¡Splash!
Cuando era una niña, me encantaba esta historia. Mucho tenía que ver que estuviera completamente obsesionada con La sirenita. Y con todas las Princesas Disney, en general; pero, particularmente, con la que tiene su reino "Under the sea". 🎶 Al hacerme mayor, se me pasó la fiebre "sirenil" y lo que me parecía un personaje de lo más seductor empezó a darme un poco de grimilla ¿te imaginas caerte al agua y que, en medio de esa oscuridad y la falta de oxígeno, se te acerque un ser mitad humano mitad pez? ¡A mí me da un infarto!. Así me olvidé del mágico romance que Tom Hanks y Daryl Hanna mantuvieron en la pantalla. 
Hasta el lunes pasado, como ya digo; cuando un rayo de luz iluminó los rincones de mi memoria. Desde entonces, ando ilusionadísima, igual que una niña pequeña, con la sesión de cine que me espera esta tarde. Suponiendo que sea capaz de encontrar el DVD en el que tengo grabada la peli y que el reproductor, que no uso hace mil, todavía funcione. Pero... ¡fuera pesimismo! El reestreno va a ir rodado, ya veras. 
No desesperes, que ya casi he llegado al meollo de la cuestión. 😛
Desde que me he levantado, me he puesto a buscar información sobre la película en Internet. Ha sido así como he dado con el dato que, primero, ha despertado mi suspicacia. Y, segundo, me ha indignado un poco. 
Si recuerdas la historia, 1, 2, 3... ¡Splash! sigue la vida de Allen, un soñador desencantado del amor que ha perdido la esperanza de encontrar algún día a la mujer de su vida. Pero, ¡oh, cosas del destino! Cuando más desesperado está, su camino se cruza o se recruza, porque estos dos ya se conocieron siendo niños con el de una preciosa muchacha que guarda un enorme y húmedo secreto. 
La trama, en sí, es un soplo de esperanza para todos lo corazones románticos y vapuleados por la realidad, como el de esta que escribe.😭 Porque, tú párate a pensarlo, si por Allen, cuando él ya lo daba todo por perdido, una sirena que lo había amado desde su infancia dejó el mar para buscarlo por las aceras de Nueva York, ¿quién quita que en una galaxia muy lejana no pueda haber un alienígena de lo más hot coladito por estos huesos que, a estas altura de la cuarentena, ya tengo bien recubiertos de magro? Oye, las mismas probabilidades hay de una cosa que de la otra. Así que no seas aguafiestas y déjame fantasear.
Al final, se descubre el pastel, claro. Y Madison así llamó Allen a su sirenita, provocando que en Estados Unidos hubiera un aluvión de niñas nacidas en los ochenta que cargaron con el mismo nombre― queda expuesta con su cola de pez en una multitudinaria fiesta. Se la llevan para estudiarla. Que, por lo que se ve en las pelis, los norteamericanos son mucho de esto; te cogen a alguien que se sale de la norma y lo encierran para hacerle pruebas. Menos mal que nací en España, porque con lo bicho raro que soy, del otro lado del charco ya estaría conectada a un puñado de cables. 
Al bueno de Allen, tras asimilar el secretillo de Madison, no le queda más remedio que aceptar el papel de héroe y acudir al rescate de su dama con escamas. 
Ya está; ahora sí. Llegamos al punto. ¡Te juro que sí!
Al parecer, según las informaciones que he encontrado en Internet, la primera versión del guión concluía la acción con la despedida de los enamorados en los astilleros del río Hudson. Allí Madison se lanzaba al agua para regresar al mar, y su chico... Pues se quedaba en tierra, ¿qué iba a hacer el hombre? Es lo que tienen los amores entre diferentes especies; la adaptabilidad al habitad del otro es complicada. Si alguna vez has tenido un novio o novia de otro país, seguro que lo entiendes. 
Pero los señores involucrados en esta producción destinada a un fin tan trágico, tuvieron a bien dejar que sus esposas leyeran la historia antes de comenzar a rodar. Vamos, que, por lo que he leído, el script debió rular que no veas entre la parentela de estos tipos. Lo de mantener el proyecto en secreto les importó más bien poco. Fue esta visión femenina la que hizo cambiar el desenlace al Happy Ending que finalmente tuvo. 
Cuentan estas crónicas cibernéticas que, una de las mujeres, incluso llegó a decirle a su esposo:
Si Allen no va tras ella, el que se irá (de casa) serás tú. 

Allen y Madison despidiéndose frente a las heladas aguas del río Hudson.
¡PARA SIEMPRE!
Suerte que el club de esposas lo impidió.

Sí, sí, sí; es una anécdota muy encantadora. A mí también me hace gracia imaginarme a esa señora, que durante páginas ha sufrido el subidón de azúcar al que te arrastran Madison y Allen, haciendo chantaje emocional a su conjugue para que les de el final que ella y todos nosotros; yo, al menos― quería para la parejita. Pero, honestamente, la escenita me resulta un poco repetitiva. ¿No pasó exactamente lo mismo con la idea original de Pretty Woman?
¡Vaya! Por lo que se ve, las esposas de los grandes hombres de Hollywood son todas unas romanticonas. ¡Qué lástima que a James Cameron no le diera por enseñar el guión de Titanic a su santa! Quién quita que, de haberlo hecho, hubiésemos tenido un final feliz también para Jack y Rose. Seguro que la señora Cameron tenía la lógica suficiente para entender que ¡¡¡los dos cabían perfectamente en esa condenada tabla!!! 😡🤬
Perdón, no quiero encenderme. 
Todo esto viene a que lo del final trágico que se convierte en feliz por consejo de la esposa, ya no cuela. Lo siento mucho. Me parece una estrategia de marketing con la que se pretende engordar la leyenda que rodea a una producción de éxito. Y no me parece mal, que conste. Lo que me chirría es que se basa en una mentalidad bastante rancia y machista. 
Para empezar, creo que a estas alturas de la vida es evidente que NO todas las mujeres somos unas sentimentales, de lagrima fácil, que se emocionan hasta la médula con las historias de amor. Yo no soy un buen ejemplo de esto, estoy claramente en el bando de las ficticias esposas cambia finales. Pero lo de ser romántica viene determinado por mi personalidad, en ningún caso por mi sexo. 
De igual modo, también existen hombres que son perfectamente capaces de crear una historia romántica, con bien de azúcar, sin la ayuda de ninguna mujer. No todos son una panda de cínicos incapaces de desear por sí mismos un "y fueron felices, y comieron perdices". Como ocurre con las mujeres, también ellos desarrollan un carácter más allá de los estereotipos que se imponen a su género. 
Dejo el cine para llevarme el tema a la literatura, que es mi campo. Hombres eran Emma Blair (Ian Blair) o Jill Sanderson (Roger Sanderson). También el creador de la saga Poldark, Winston Graham. Imposible no mencionar al superventas Nicholas Sparks aunque este sea un especialista en regalarnos dramáticos finales. Un poquito más cerca tenemos a Federico Moccia. O, quedándonos en suelo patrio, a José de la Rosa. Un autor estupendo, que me encanta y recomiendo mucho. 
De modo que sí, como decía al comienzo de la entrada, queda probado que los hombres también saben escribir romántica. Porque el amor es algo que experimentamos todos los seres humanos, con independencia de nuestro género y preferencias sexuales. Y el romanticismo es un rasgo de la personalidad, no tiene nada que ver con que te llames María o Manolo. 
¡He dicho!
Bueno, pues, escribiendo esto, ya he echado fuera la mañana del domingo. 😊
¡Hala! A disfrutar del día.

Edito: Por si te interesa, te cuento que, al final, se fastidió la sesión de cine. No he podido encontrar ese DVD que he guardado durante años y que, justo cuando iba a hacer uso de él, resulta que está en paradero desconocido. Me he llevado un chasco bueno, después  de pasar toda la semana esperando para ver la peli. 😞
Nota mental: Adriana, hija, a ver si esto te sirve para aprender a ser un poquito más previsora y no dejarlo todo para el último momento.