domingo, 13 de mayo de 2018

Formas de perder el tiempo cuando no tengo ganas de escribir

  • Releo los veinte últimos capítulos, o más, del manuscrito en el que estoy trabajando. Solo para meterme en situación y recuperar el hilo. 
  • Me quedo colgada con el vuelo de una mosca, me empapo de las conversaciones de los que hablan bajo mi balcón y hasta de las broncas de mis vecinos (no por cotilleo, lo que pasa es que el silencio y mi mente deseosa de distracción activan mi oído supersónico).
  • Preparo 528 tazas de té de todos los tipos imaginables: verde, rojo, con hibisco, con canela... amén de las socorridas infusiones de menta poleo, manzanilla con miel...
  • Hago un número de visitas al cuarto de baño acorde a los litros de líquido ingeridos con ayuda de los señores Hornimans y Pompadour. El veteado de los azulejos se confabula para dar forma a interesantísimos paisajes que nunca antes estuvieron allí. 
  • Me rindo, apago el ordenador y me hago el firme propósito de ocupar el tiempo en actividades que normalmente sacrifico en favor de mi vocación de escritora.  

  • Me intento convencer de que, de tanto en tanto, es bueno desconectar y tomarse un descanso. Cuando la mente se satura, el mejor modo de progresar es darse un respiro. 
  • Me gana la culpabilidad. Soy una escritora perezosa, vaga... ¡Así no voy a ningún lado! 
  • Me dispongo a hacerme un megamaratón de mi serie favorita (kdrama en vena, cuanto más edulcorado y cursi mejor). La genialidad del/la guionista me da envidia y no me libro de la puntillita que me recuerda que, seguro, él/ella curró más que yo para crear esa obra maestra. (Punto aplicable a un maratón de lectura). 
  • Aparco el ocio para abrir otra vez el procesador de texto y regresar al primer punto de esta lista.
  • Me doy cuenta de que tengo que ampliar mis hobbies.  

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