sábado, 5 de mayo de 2018

El anillo (relato)

Segunda parte

Aki se sentó en el filo de la cama, con cuidado. Intentando no arrugar su vestido de novia. La descolorida caja de latón le temblaba en las manos. Dentro guardaba una parte de su vida, quizás la más importante; sin duda la más feliz y también la más dolorosa. Era triste que todo lo que le quedaba de esa época cupiese dentro de una cajita de pastas. Y, aún mas, que tuviese que enterrar esos recuerdos para siempre. 
Acarició la tapa, despacio, con suavidad. Sabiendo que sería la última vez que lo haría. Luego la destapó. Sabía perfectamente lo que encontraría. Conocía de memoria cuanto había en el interior. Pero no por ello dejó de experimentar esa extraña sensación, mezcla de tristeza y alegría, que tanto la asustaba. 
Dejó que las lágrimas se deslizasen libremente por sus mejillas, sin que le importase que le arruinasen el maquillaje y destrozasen la imagen de la radiante novia que ese día debía ser. Aquel era su momento, el de ellos dos y nadie más; su despedida. La que no habían podido tener cinco años antes. 
Las fotos, las entradas de aquel concierto, el pendiente que había perdido su pareja pero que conservaba porque fue un regalo de él. Todo estaba dentro de aquella caja. Todo cuanto le quedaba de Luis. Apenas unas pocas cosas y un montón de cartas atadas con un lazo de color negro. Eran las cartas que ella le había escrito durante cuatro años. El único modo que encontró para mantenerlo a su lado, para sentirse cerca de él. Hacía un año que no le escribía, pero había momentos en los que tenía que luchar consigo misma para reprimir la necesidad de hacerlo. 
Cogió con cuidado el abultado montón de cartas, como si se tratase de un objeto sagrado. Acarició el lazo que las unía, notando la suavidad del raso en las yemas de los dedos, que se le antojó más triste que de costumbre. Al bajar de nuevo la vista a la caja lo vio. Estaba en el hueco que unos segundos antes ocupó el manojo de cartas. Agarró el maltrecho recorte de periódico y lo desdobló. Era una página completa que relataba los pormenores del trágico accidente de avión que tuvo lugar cinco años antes. 
El llanto de Aki se hizo más violento y las lágrimas brotaron más intensa y dolorosamente. Cerró los ojos, en un vano intento por contenerlas, y estrechó el recorte contra el pecho. 
Había perdido la cuenta de las veces que recreó esa tarde en su mente. Imaginaba que Luis no subía al avión. Si no lo hubiese echo ahora estaría allí, a su lado. Le gustaba fantasear que hacia algo para detenerlo. O, simplemente, que le pedía que se quedara con ella. Sabía que, de haberlo hecho, él la habría complacido, y habría salido del aeropuerto abrazándola por los hombros y estrechándola contra sí, como acostumbraba a hacer. 
Intentó anudar de nuevo todo aquel dolor para guardarlo en el lugar donde solía esconderlo. Invisible para todos los demás, latente para ella. Miró el reloj por el rabillo del ojo. Era la hora. Su tiempo juntos se acababa, la despedida tocaba a su fin y el momento de dejarlo atrás era ineludible. 
Volvió a meter todo dentro de la caja, colocando con mimo cada cosa en el lugar en el que estaba antes. Miró su mano derecha y suspiró. Todavía levaba el anillo de papel que Luis le dio esa última tarde. Lo había llevado todo ese tiempo, solo se lo quitaba para evitar que se mojase y se echase a perder. Sus amigas se burlaban de ella al principio. Aki sabia que lo hacían por su bien. Querían que se deshiciese de él y enterrase a Luis de una vez por todas. Pero ella no había querido hacerlo. Ni siquiera esa mañana se sentía capaz de ello, pero tenía la obligación de seguir adelante. 
Jamás lo olvidaría, y, aunque quería a su prometido, sabía que lo que sentía por el nunca llegaría a parecerse a lo que la unió a su primer amor. Pero había toda una vida fuera de las cuatro paredes de su habitación. 
Se quitó el anillo luchando con las lágrimas. Lo alzó para mirarlo por última vez, tal y como hizo él antes de ponérselo, y lo lanzó dentro de la caja con un suspiro. Al golpear el fondo se despegó y se abrió, convirtiéndose en una simple tira de papel dorado. 
Aki sonrió con tristeza, cerró la caja y la volvió a meter en el cajón en el que la había guardado todo ese tiempo y del que ya nunca volvería a sacarla. Presa de la melancolía se volvió a contemplar por última vez aquel cuarto. En él había pasado toda su vida, había soñado cuando se enamoró y llorado amargamente al perder ese amor. Pero esa noche la pasaría en otro dormitorio y con otro hombre.

Apagó la luz y cerró la puerta tras ella, sonriendo como se esperaba que debía hacerlo. 

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