lunes, 28 de mayo de 2018

El complejo del friolero (poema)

Sé que me miras raro
y que te cuesta entenderlo,
porque en cuanto sale el sol
tú te quedas con lo puesto. 

Con mangas de camisa,
y esos shorts tan indiscretos,
te paseas por la plaza
aunque haga menos cero.

Y es que ya casi es junio.
¡El verano es un hecho!
Pero, con este clima tan gris,
yo aún me siento en invierno.

Soy un espíritu libre.
El calendario no es mi dueño.
Así que te lo repito
pa' que dejes el requerimiento.

No, no tengo calor.
Ni atravesar el Polo Norte por sueño.
Lo que tengo es frío... ¡Carajo!
A ver si te enteras... ¡So lerdo!

sábado, 26 de mayo de 2018

La eterna lucha con la escritura de Philip Roth

El miércoles nos desayunamos con la noticia de que Philip Roth, eterno candidato al nobel de literatura (siempre creí que este era Murakami) había fallecido a los ochentaicinco años de edad. Una gran pérdida, sin duda. Pero, más allá de la muerte del escritor, me impactaron algunos datos biográficos que el reportero a cargo la noticia apuntó. Concretamente, los que describían la relación de Roth con la escritura. 
Resulta que a este genio de las letras, escribir nunca le resultó fácil. "Es frustración", llegó a decir. "Es una frustración diaria. Sin mencionar que es una humillación. No me puedo enfrentar más con los días que escribo cinco páginas y las tengo que tirar". Hasta tal punto se llevaba mal con las letras que, cuando se retiró, en el año 2012, colocó en la pantalla de su ordenador un pos-it con la frase: "the struggle with writing is over" (la lucha con la escritura ha acabado).
Mi primera reacción a las palabras del señor Roth fue de incomprensión. Luego, me indigné. Sí, lo hice; pese a ser consciente de que yo, una simple hormiguita, no soy nadie para juzgar a un titan como él. Aún así, no pude evitarlo porque, para mí, que sueño con dedicarme a la escritura sin tener que entregarme a ella sacrificando horas de sueño y vida social; que me veo obligada a dar de lado a la que es mi vocación para mantenerme con un trabajo más "práctico", su visión del oficio que tanto amo es incomprensible.


"Decidí que estaba terminando con la ficción. Ya no la quiero leer, no la quiero escribir y ni siquiera quiero hablar de ella", fue otra de las declaraciones de este grande. Y, en ese punto, mi enfado se convirtió en tristeza. Una tristeza infinita que ralló en depresión.
¿En que momento perdió, el que ha sido uno de los más importantes autores norteamericanos de la actualidad, la pasión que lo llevó a convertirse en novelista? Porque esta no es una profesión a la que se llega buscando prestigio o dinero, es demasiado inestable para que la ambición arrastre a nadie a ella. Solo la pasión te empuja a juntar palabras como un poseso. Por eso creo que puedo entender lo frustrado que llegó a sentirse Philip Roth al final de su carrera. Así lo pienso porque, de verme en su misma situación algún día, no sé qué haría. No quiero ni pensar en que puedo perder el gusto por inventar historias y plasmarlas en el papel. Es mi válvula de escape, mi particular medicina para combatir las enfermedades que no curan los medicamentos que se venden en la farmacia. Si desapareciese, gran parte de la persona que soy se iría con ello.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Primer amor (poema)

Se fundió tu nombre con tinta
al escribirlo en el papel. 
Se hizo materia en mi letra,
que delineó su ser.

Se convirtió en sonido en mis labios;
escalofrío que agitó mi piel. 
Adolescente juego, inocente,
entre cuadernos y timidez. 

martes, 15 de mayo de 2018

Oda a mi despertador (poema)

Tus alaridos de hiena me despiertan
antes de que el sol lo haga.
Tironeas de mis mantas
cuando aún es madrugada.

Indolente y despiadado
me desvelas de mi ensueño. 
Voy de brazos de Romeo
a la boca del infierno. 

No me escuchas, ni te importa,
si te ruego entre bostezos:
"Otro rato, ¡Otro ratitoooo!"
Quieres obediencia al momento.

Analógico demonio,
¡cruel tirano del tiempo!
Imagino que lo sabes, 
pero igual te lo digo
porque me sale de dentro. 

Te odio con toda mi alma.
Con mis entrañas te detesto.
Si no fueras un mal necesario
ya estarías más que muerto.



domingo, 13 de mayo de 2018

Formas de perder el tiempo cuando no tengo ganas de escribir

  • Releo los veinte últimos capítulos, o más, del manuscrito en el que estoy trabajando. Solo para meterme en situación y recuperar el hilo. 
  • Me quedo colgada con el vuelo de una mosca, me empapo de las conversaciones de los que hablan bajo mi balcón y hasta de las broncas de mis vecinos (no por cotilleo, lo que pasa es que el silencio y mi mente deseosa de distracción activan mi oído supersónico).
  • Preparo 528 tazas de té de todos los tipos imaginables: verde, rojo, con hibisco, con canela... amén de las socorridas infusiones de menta poleo, manzanilla con miel...
  • Hago un número de visitas al cuarto de baño acorde a los litros de líquido ingeridos con ayuda de los señores Hornimans y Pompadour. El veteado de los azulejos se confabula para dar forma a interesantísimos paisajes que nunca antes estuvieron allí. 
  • Me rindo, apago el ordenador y me hago el firme propósito de ocupar el tiempo en actividades que normalmente sacrifico en favor de mi vocación de escritora.  

  • Me intento convencer de que, de tanto en tanto, es bueno desconectar y tomarse un descanso. Cuando la mente se satura, el mejor modo de progresar es darse un respiro. 
  • Me gana la culpabilidad. Soy una escritora perezosa, vaga... ¡Así no voy a ningún lado! 
  • Me dispongo a hacerme un megamaratón de mi serie favorita (kdrama en vena, cuanto más edulcorado y cursi mejor). La genialidad del/la guionista me da envidia y no me libro de la puntillita que me recuerda que, seguro, él/ella curró más que yo para crear esa obra maestra. (Punto aplicable a un maratón de lectura). 
  • Aparco el ocio para abrir otra vez el procesador de texto y regresar al primer punto de esta lista.
  • Me doy cuenta de que tengo que ampliar mis hobbies.  

sábado, 5 de mayo de 2018

El anillo (relato)

Segunda parte

Aki se sentó en el filo de la cama, con cuidado. Intentando no arrugar su vestido de novia. La descolorida caja de latón le temblaba en las manos. Dentro guardaba una parte de su vida, quizás la más importante; sin duda la más feliz y también la más dolorosa. Era triste que todo lo que le quedaba de esa época cupiese dentro de una cajita de pastas. Y, aún mas, que tuviese que enterrar esos recuerdos para siempre. 
Acarició la tapa, despacio, con suavidad. Sabiendo que sería la última vez que lo haría. Luego la destapó. Sabía perfectamente lo que encontraría. Conocía de memoria cuanto había en el interior. Pero no por ello dejó de experimentar esa extraña sensación, mezcla de tristeza y alegría, que tanto la asustaba. 
Dejó que las lágrimas se deslizasen libremente por sus mejillas, sin que le importase que le arruinasen el maquillaje y destrozasen la imagen de la radiante novia que ese día debía ser. Aquel era su momento, el de ellos dos y nadie más; su despedida. La que no habían podido tener cinco años antes. 
Las fotos, las entradas de aquel concierto, el pendiente que había perdido su pareja pero que conservaba porque fue un regalo de él. Todo estaba dentro de aquella caja. Todo cuanto le quedaba de Luis. Apenas unas pocas cosas y un montón de cartas atadas con un lazo de color negro. Eran las cartas que ella le había escrito durante cuatro años. El único modo que encontró para mantenerlo a su lado, para sentirse cerca de él. Hacía un año que no le escribía, pero había momentos en los que tenía que luchar consigo misma para reprimir la necesidad de hacerlo. 
Cogió con cuidado el abultado montón de cartas, como si se tratase de un objeto sagrado. Acarició el lazo que las unía, notando la suavidad del raso en las yemas de los dedos, que se le antojó más triste que de costumbre. Al bajar de nuevo la vista a la caja lo vio. Estaba en el hueco que unos segundos antes ocupó el manojo de cartas. Agarró el maltrecho recorte de periódico y lo desdobló. Era una página completa que relataba los pormenores del trágico accidente de avión que tuvo lugar cinco años antes. 
El llanto de Aki se hizo más violento y las lágrimas brotaron más intensa y dolorosamente. Cerró los ojos, en un vano intento por contenerlas, y estrechó el recorte contra el pecho. 
Había perdido la cuenta de las veces que recreó esa tarde en su mente. Imaginaba que Luis no subía al avión. Si no lo hubiese echo ahora estaría allí, a su lado. Le gustaba fantasear que hacia algo para detenerlo. O, simplemente, que le pedía que se quedara con ella. Sabía que, de haberlo hecho, él la habría complacido, y habría salido del aeropuerto abrazándola por los hombros y estrechándola contra sí, como acostumbraba a hacer. 
Intentó anudar de nuevo todo aquel dolor para guardarlo en el lugar donde solía esconderlo. Invisible para todos los demás, latente para ella. Miró el reloj por el rabillo del ojo. Era la hora. Su tiempo juntos se acababa, la despedida tocaba a su fin y el momento de dejarlo atrás era ineludible. 
Volvió a meter todo dentro de la caja, colocando con mimo cada cosa en el lugar en el que estaba antes. Miró su mano derecha y suspiró. Todavía levaba el anillo de papel que Luis le dio esa última tarde. Lo había llevado todo ese tiempo, solo se lo quitaba para evitar que se mojase y se echase a perder. Sus amigas se burlaban de ella al principio. Aki sabia que lo hacían por su bien. Querían que se deshiciese de él y enterrase a Luis de una vez por todas. Pero ella no había querido hacerlo. Ni siquiera esa mañana se sentía capaz de ello, pero tenía la obligación de seguir adelante. 
Jamás lo olvidaría, y, aunque quería a su prometido, sabía que lo que sentía por el nunca llegaría a parecerse a lo que la unió a su primer amor. Pero había toda una vida fuera de las cuatro paredes de su habitación. 
Se quitó el anillo luchando con las lágrimas. Lo alzó para mirarlo por última vez, tal y como hizo él antes de ponérselo, y lo lanzó dentro de la caja con un suspiro. Al golpear el fondo se despegó y se abrió, convirtiéndose en una simple tira de papel dorado. 
Aki sonrió con tristeza, cerró la caja y la volvió a meter en el cajón en el que la había guardado todo ese tiempo y del que ya nunca volvería a sacarla. Presa de la melancolía se volvió a contemplar por última vez aquel cuarto. En él había pasado toda su vida, había soñado cuando se enamoró y llorado amargamente al perder ese amor. Pero esa noche la pasaría en otro dormitorio y con otro hombre.

Apagó la luz y cerró la puerta tras ella, sonriendo como se esperaba que debía hacerlo. 

martes, 1 de mayo de 2018

El anillo (relato)

Primera parte

Luis soltó la diminuta mano de Aki para buscar el pasaje de avión que, apenas cinco minutos antes, había metido en el bolsillo interior de su cazadora. Tenía la costumbre de sacar lo que fuera que había guardado para volver a introducirlo unos segundos después sin siquiera mirarlo. Lo hacía para asegurarse de que seguía allí. Era una costumbre que su mala memoria le había obligado a adquirir a base de olvidos. Por lo general, aquello lo tranquilizaba, pero esa tarde habría dado cualquier cosa por no hallar nada al rebuscar en su bolsillo. Por que el pasaje se hubiese desintegrado, desaparecido por arte de magia; lo que fuera. Cualquier cosa habría valido con tal de tener una excusa para no coger el avión. 
Volvió a dejar el pasaje donde estaba y se subió la cremallera de la cazadora con un movimiento rápido. Estaba helado. No recordaba haber tenido tanto frío en toda su vida. 
Trató de agarrar la mano de Aki otra vez, pero ella se lo impidió. Se alzó de puntillas para echarle los brazos al cuello y enlazar sus frías manos tras la nuca de él. Un gesto que provocó por igual sonrisas y miradas airadas entre quienes presenciaron la escena. 
¿Todo en orden? ¿Sigue en su sitio o ha logrado escapar? le preguntó sonriendo.
Luis se limitó a devolverle la sonrisa. Habría querido decir algo, pero no podía. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que aquellos serían los últimos momentos que pasaría con ella. En realidad, la suya era una inquietud muy absurda. Sólo estaría fuera un par de semanas. El tiempo suficiente para arreglar algunos asuntos y visitar a la familia. Quería trasladarse a Tokio definitivamente. Quería estar en cualquier lugar en el que pudiera estar con Aki, sin importar cuál fuese ni lo lejos que quedase de todo lo que había conocido y amado antes de ella. 
La enlazó por la cintura y la estrechó contra él, mientras ella metía las manos en los bolsillos de su cazadora para calentárselas, como hacía siempre. 
¡Mira! exclamó la muchacha, apartándose bruscamente y sosteniéndolo ante sus ojos un brillante papelito de papel dorado . Pero está vacío, solo es el envoltorio. ¿No te quedan más caramelos? 
No, lo siento. Por cierto, desde que te conozco, mis bolsillos parecen un basurero. 
Aki sonrió, en absoluto afectada por la suave reprimenda, y se dio media vuelta buscando una papelera. 
Espera la detuvo él, asiéndola suavemente del brazo para que se detuviera. 
¿Qué pasa?
Dámelo, ya verás. 
Luis estiró el papel de envoltorio, eliminando las arrugas, y luego lo dobló hasta que le dio la forma de un anillo. Cuando hubo terminado, lo sostuvo entre el pulgar y el índice para que ella pudiera verlo. Luego cogió la mano derecha de la chica y se lo puso en el índice.


Si este es el anillo que vas a darme no te molestes en volver bromeó ella, alzándose otra vez en las punteras de sus zapatos para besarle. 
La llamada de embarque para los pasajeros del vuelo con destino a Madrid sonó en ese instante, retumbando en las patedes del aeropuerto. Luis no podía moverse, era como si sus pies fuesen de plomo. No quería irse de allí, ni despegar sus labios de los de Aki. Pero ella rompió la unión, poniendo fin al beso y dándole suaves golpecitos en los hombros para animarlo a irse. 
Perderás el avión.
Él asintió, se acomodó la mochila en el hombro y se dio vuelta para encaminarse a la puerta de embarque. Volviendo atrás la mirada varias veces para verla una última vez que se negaba a serlo. Cada vez un poco más lejos, Aki sonreía diciendo adiós, agitando efusivamente la mano en el aire. Lo que hacía que su larga melena oscura se agitase en sus hombros con el vaivén. 
¡Aishiteru! le gritó, usando las manos como megáfono para ampliar la voz. 
Te quiero respondió él en español, demasiado bajo para que ella pudiese oírlo.