domingo, 31 de enero de 2021

De musas y musos

¡Oh, las musas! Esas diáfanas criaturas a las que el trabajo de los escritores, y de cualquiera que realice una actividad creativa, parece superditado. 
Si te digo la verdad, no soy muy devota de ellas. Me siento más afín al grupo de quienes las esperan pico y pala (o boli y libreta) en mano que del de quienes se sientan a adorarlas contemplativamente. Jamás se me ha dado bien lo de rendir pleitesía a nadie ni a nada. Pero, como esta es una entrada dedicada a ellas, vamos a reconocerles el tradicional lugar que se les otorga en la vida de todo "artista".
《¡Ay, mamá! ¡Quiero ser artista! 》🎵🎶 😜
Si tuviera que elegir alguna de las nueve, me quedo con Melpómene, la musa de la tragedia. Sí; sin duda, es la mía. Podría añadirla como coautora de mis novelas. Si me conoces un poquito ya sabrás que, a Dramaqueen... ¡no me gana nadie 😅! Me gustan las historias intensas y sufridas. Aunque alguna que otra comedia ligerita también hay en mi haber, que no todo va a ser disecar al personal a base de exprimirles lágrimas. 
Pero, más que de ellas, a lo que he venido ha sido a hablar de ellos. Sí, sí: de los musos, que también los hay aunque no se los mencione mucho. Hoy quiero contarte quienes han sido los señores que, desde mi más tierna infancian, han ido construyendo mi ideal de héroe romántico. El que inevitablemente plasmo en mis novelas. Al final, cuando una escribe, está hablando de sí misma 🤷‍♀️.
Me temo que esta entrada va a ser cortita. Soy una mujer fiel donde las haya y, al hacer repaso mental para redactar este post, me he dado cuenta de que este rasgo de mi personalidad aplica también a mis amores platónicos. Dejando de lado a Aladdin y John Smith, que me encandilaron siendo demasiado joven, como te podrás imaginar, solo hay dos nombres que de verdad han tenido influencia al forjar esa concepción del hombre perfecto que es el tema de esta entrada.  
Voy con el primero.
Mi infancia transcurrió en los años 90 (¡Oh, los felices y apacibles años 90! No me canso de añorarlos), época de esplendor de la comedia romántica. Casi todos los meses se estrenaban en los cines (¡Oh, los cines!... Como siga recordando me va a dar un bajón 😔) pelis de este encantador, almibardo y músical género. ¿ No te encantan las bandas sonoras de las viejas rom-coms? Pero, dejando de lado las OST, si por algo se caracterizaban estos filmes era por sus rostros recurrentes: Julia Roberts, Tom Hanks, Meg Ryan, Sandra Bullock... Y the King: Hugh Grand 🥰.
Sí, ya desvelamos el primer nombre de mi escueta lista de dos. ¿Se la puede llamar lista cuando solamente hay dos elementos en ella? 🤔
En fin, eso es irrelevante.
En sus años mozuelos, Hughgy se paseó por las pantallas de cine de todo el mundo dando vida a buenazos algo torpones y tan exageradamente tímidos que les ganaba el tartamudeo al hablar. Un encasillamiento que persigue al actor hasta nuestros días, aunque hace tiempo que se desligó de este tipo de papeles por, en sus propias palabras, 《estar demasiado viejo y feo para seguir haciendo comedias románticas》. Aún así, como digo, hay por ahí quién pone en duda la capacidad del actor para desempeñar su trabajo por el "modelo único" de personajes que interpretó en los felices 90's. Con la honrosa excepción de su aparición en las dos primeras pelis de Bridges Jones (aquí el chico bueno era Colin Firth, otro achuchable ❤) encarnando al detestable pero divertido Daniel. A todos estos descreídos, los invito a darle una visualización a Remando al viento, donde encontrarán a un magnífico Lord Byron con la cara de Grand. 
¡Hombre, ya! Qué fácil es poner pegas al trabajo de otros. 

Por esta época, el amor, fuera de la pantalla, de Hugh Grand
era la modelo Liz Hurley. Una chica a la que pillé una
manía horrible cuando le dio por decir que si estuviera
tan gorda como Marilyn Monroe se suicidaría 😒.

Naturalmente, nuestro Hugh no era tan bien portado en la vida real como los chicos a los que interpretaba. Tal nivel de bondad e ingenuidad es inalcanzable, y muy desaconsejable, si se quiere sobrevivir fuera de la ficción. Sonado fue el escándalo cuando lo pillaron practicando sexo oral con una prostituta. Pero yo era muy pequeña por aquella época,  demasiado para entender nada de esto, así que la imagen que tenía de él permaneció intacta 😇. Y aún cuando ya he alcanzado edad suficiente para comprender el asunto, el cariño y la admiración que siento por el actor me pesan más que cualquier otra cosa. 
¿Qué quieres? No me pidas que sea objetiva, ¡no puedo!
Hugh Grand fue mi actor favorito durante mi niñez y de él (o mejor dicho, de los personajes que representaba en pantalla) tomé el rasgo que sustenta el carácter de mi hombre perfecto: la bondad. Jamás me he sentido identificada con esa creencia tan extendida según la cual a las mujeres nos derriten los chicos malos. En mi caso, te puedo asegurar que no se acerca ni de lejos a la verdad. 
《Era un chico malo; no, no, no. Yo no quiero nada malo; no, no, no》. Y aquí dejo de cantar porque, pa' mala yo, tampoco.  Soy un cacho pan 😇😛.
Grand se quedó en aquellos inocentes años de mi vida y, ya en mi adolescencia, llegó el gusto por el cine clásico que mi madre comenzó a inculcarme. Fue entonces cuando lo descubrí a él: el galán por antonomasia. El bello e inigualable Robert Redford 🥰.

Aquí el señor Redford en su época de
máximo esplendor. Decir que no
se puede ser más guapo no es 
ninguna exageración.

De esta época de mi vida recuerdo ver en bucle tres películas: Tal como éramos (aún hoy es oír el tema musical principal y emocionarme), Descalzos por el parque (me sé de memoria los diálogos de esta comedia y todavía me desternillo con ella) y uno de mis títulos favoritos del cine: Propiedad condenada. El responsable de que Berta, protagonista de mi novela Es medianoche, Cenicienta, sienta una fascinación especial por las gabardinas 😉.
De la mano de Redford descubrí al galán clásico: maduro, masculino y seguro. Al mismo tiempo que se perfilaba mi consabido gusto por el drama 🤦‍♀️.
Juro que a mis quince/dieciséis años, mi sueño más dulce era tener un marido tan paciente y estupendo como Paul, personaje de Redford en Descalzos por el parque. Cosas de la edad, y de la ñoña desatada y aún no desintoxicada por la realidad que era en aquel entonces. 
Con Robert Redford mi héroe romántico terminó de definirse. A mí no me des un maromo de esos, tipo Mujeres, hombres y viceversa; de los que  llevan la ropa dos tallas más pequeña de la que en realidad necesitan, para que se les marquen los músculos,  y sueltan a la heroína de turno frases del tipo:
Esta noche, te haré gemir de placer 🤦‍♀️.
Todo ello mientras son incapaces de contener las reacciones de su miembro viril y, encima... ¡se sienten orgullosos de ello! ¡Chico! Que he trabajado en guarderías y esto pasaba mucho. El mérito está en saber controlarla.
No, no; a mí este modelo de hombre no me seduce nada. Prefiero un tipo elegante y natural en todo, incluida su manera de expresarse. Lo de fardar de vigor sexual😒... Además de parecerme de una imadurez anti morbo total (y de ponerme de los nervios) me resulta una mala costumbre. ¡Que luego hay que cumplir, chaval😜!
Al margen de estos dos grandes amores he tenido mis escarceos platónicos. No solo el ya mencionado Colin Firth, también tuve mi época obsesiva con el guapísimo James Marsden, la atracción que siento por Antonio Banderas no puede ser sana, me encantaría que el madurito Lean Neeson tuviera que venir a rescatarme (a este hombre no hay peli en la que no le secuestren a la mujer 🤷‍♀️; ojo con él, que es peligroso) y hace muchos años pillé una especie de trauma cuando las entradas de Jude Law se acentuaron más de la cuenta. Y, con todo esto, ahora hago examen de conciencia y me pregunto por qué narices digo que me gustan los morenazos, y que en materia de hombres me pierde lo racial, cuando tengo semejante historial de amores platónicos.
Definitivamente, ¡soy una contradicción con patas!

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