martes, 24 de marzo de 2020

Escribiendo con mapa

Sí, seguimos enclaustrados en casa. Y no, no sabemos cuándo podremos tomar un poquito de vitamina D bajo los rayos del sol.
¡Ay, el sol! Mira que soy más de lluvia, frío y climas que tiran a lo melancólico, pero cómo estoy echando de menos achicharrarme bajo el sol de este rinconcito cálido en el que vivo. Que no es el Caribe, pero tampoco tiene nada que envidiar a la temperatura propia de esas latitudes.
La cuarentena ya pesa. Pero descuida, que no vengo a machacarte con la cantinela de  que te leas mis libros para hacerla más llevadera. 
En realidad, para lo que estoy aquí es para recuperar un tema que abordé hace algunas semanas, en una entrada pre-apocalíptica. Quiero decir que la redacté antes de que nos viéramos inmersos en esta ficción distópica que es ahora nuestra realidad. 
¿Se nota mucho que estoy harta de esta situación? Sí, ¿verdad? Como todos, imagino. Sé que al otro lado de la pantalla habrá más de uno que me entenderá perfectamente. 
Llevo sin salir de casa desde el día catorce. Ni siquiera para hacer la compra, que es una tarea que mi padre se ha apropiado. ¡Si será...! Siento debilidad por este hombre, lo quiero con el alma y hasta le río esas manías que sacan de quicio al resto del mundo, pero ya le he dicho que lo tengo nominado para ser el próximo expulsado de la casa. ¡Mis tres puntos se los lleva! 😋 No es nada fácil pasar una pandemia junto a un misófobo.
Le estoy dando un rodeo enorme al tema, lo sé. Pido perdón, pero llevo tanto tiempo sin hablar con alguien que no viva en mi casa que escribir esto para que tú lo leas me tiene sobreexcitada. Espero que me disculpes.
Como te decía, hace unas semanas ese es el tiempo real que ha pasado, aunque al pensarlo tengo la sensación de que han transcurrido años― te hablé sobre la escritura de brújula y la de mapa. Entonces me declaré una escritora de brújula, pero también anuncié mi intención de probar con el mapa. En esta vida hay que intentarlo todo lo que sea legal y no dañino para ti y tampoco para los demás, se entiende. Es la mejor manera de conocerse a una misma.

Siempre he sido un poco Pochontas.
Tengo la brújula; solo me falta mi capitán Smith.
Si lo ves, dile que se ponga en contacto conmigo.

Pues bien, como te conté en ese pasado idílico, mi experimento había comenzado con la preparación del esqueleto de una posible novela. Lo que técnicamente se llama escaleta. Esta es, por definirlo de alguna manera, una parrilla en la que se detalla lo que sucederá en la historia capítulo a capítulo. Un trabajo completamente nuevo para mí, confieso que no lo había hecho nunca. Y, también, que siempre me pareció una pérdida de tiempo. 
Sin embargo, lo primero que tengo que decir es que me está resultando muy útil contar con este esquema como base para narrar. Es así porque, mientras lo escribía, me fui haciendo una visión de conjunto mucho más completa y coherente de la historia que tenía en mente. Se convirtió en algo menos difuso y más tangible que la idea original de la que han partido mis anteriores novelas. Siempre he tenido claro qué iba a escribir, cuál escena me tocaba desarrollar y lo que en ella sucedería, aún sin hacer la escaleta. Pero contar con ella me sirve para valorar el avance que estoy haciendo. E, incluso, para tener más clara la fecha en la que finalizaré el primer borrador. No con precisión matemática, pero sí haciendo una aproximación más que lógica. 
Para mí, esa es la mayor ventaja que me ofrece esta forma de trabajar. Uno de mis grandes problemas es mi obsesión con obtener resultados, por lo que prever cuándo llegarán me tranquiliza. También ayuda a mi productividad, que es uno de mis grandes problemas. Hasta ahora, el tiempo de media que he invertido en la redacción de mis novelas es de un año. ¡Muchísimo tiempo! Y no es que quiera ser de los autores que sacan títulos al mercado como quien está haciendo churros. Para nada, yo prefiero vivir la historia y tomármelo con calma para hacerla mía. Que cada una de ellas, y sus personajes, sean especiales porque forman parte de un determinado momento de mi vida. Pero también considero que me recreo demasiado en el proceso creativo, no me viene mal reducirlo un poco. 
Por el momento, voy cumpliendo los objetivos que me marqué al inicio. Junto a la escaleta elaboré un calendario con el que me impuse redactar una escena al día, de lunes a sábado, reservando el domingo para descansar. Es cierto que a veces me ha sido imposible cumplir el horario. También es verdad que el plan original varía con relativa frecuencia. Me van surgiendo escenas con las que no contaba, que ocupan el lugar de otras o, la mayoría de las veces, se unen a las existentes para dar más profundidad a la trama y los personajes. Esto no tiene nada de malo o raro, ya que como me han enseñado en los cursos de escritura creativa a los que he asistido― una historia es algo vivo que evoluciona y cambia mientras la estás trabajando. Es por esto que, aún con planificación y todo, se hace difícil establecer una fecha fija de finalización.
Y, ahora, lo malo. Lo que peor estoy llevando de este modelo de trabajo es que no me permite repasar y depurar el texto.
Llegó el momento de las confesiones. Tengo un hábito terrible al escribir, algo que todo el que sepa de esto desaconseja hacer. Que yo misma, cuando he impartido talleres, he dicho que hay que evitar: me detengo muchísimo a hacer correcciones cuando todavía no he acabado el borrador. Escribo y corrijo, escribo y corrijo, escribo y corrijo... Es una de las razones por las que me demoro tanto en terminar. Este vicio me hace avanzar muy lento y, además, me obliga a volver atrás con frecuencia para releer, desde el principio, una novela que no está acabada. 
Como digo, sé que lo ideal es escribir sin mirar atrás y, una vez hemos llegado al final, comenzar a depurar lo que tenemos. Pero hacerlo así se me resiste; me genera angustia. Es como sentarte a ver la tele, después de comer, cuando todavía tienes los platos por fregar. ¡Yo no puedo hacerlo! Necesito asegurarme de que lo que dejo escrito está bien. Aunque después de poner el punto y final hago correcciones muchas, muchas correcciones, como he contado tantas veces― estas son para perfeccionar la puntuación, el estilo, o cambiar el nombre a algún personaje que, durante la narración, me ha terminado convenciendo de que se llama de un modo diferente. 
La escaleta y el calendario que me he autoimpuesto no me dejan tiempo para estas revisiones a las que soy tan aficionada. Tengo que cumplir con el plan en la medida de lo posible. Y eso me agobia. Muchísimo. Sé que lo que tengo ahora mismo es un desbarajuste de situaciones con poca coherencia que dan forma a una historia superficial, con personajes poco definidos y llena de puntos seguidos que deberían ser aparte, comas que cortan el discurso y, la verdad más cruda, hasta faltas de ortografía. 🤦‍♀️
¡No pasa nada! Es lo normal. El primer borrador es este caos. Como el esbozo de un dibujo, en el que el paisaje, a falta de perfilar y sombrear, es aún una masa poco precisa. Será durante las correcciones cuando la obra adquiera la entidad y el peso que necesita para ser creíble y llegar al nivel de calidad literaria que se le exige. 
Y, aún sabiendo esto... ¡me estoy comiendo por dentro! Ya he dicho que va contra mi naturaleza escribir sin pulir. En este momento, tengo poca fe en lo que estoy contando porque me cuesta ver más allá del bodrio que es ahora mismo. Se me hace difícil creer que podré hacer de ese nefasto borrador una obra literaria. Así que cada día lucho con mi deseo de pasar del plan y volver al inicio para intentar arreglar el desastre. 
No prometo no hacerlo, pero sí que intentaré reprimirme con todas mis fuerzas. 😅
Dejando de lado esta ansia viva que me devora, mi conclusión es que la escaleta me resulta muy útil. Pese a la mala opinión que siempre he tenido de ella. Para mí que es una de las herramientas de escritura que voy a hacer mía. Me gusta lo mucho que me ayuda a tener una idea real de mi rendimiento. 
Pues ya está, aquí acaba la chapa de hoy. Mil gracias por leerme y aguantarme― hasta el final.
Me despido por el momento. Ahora voy a asomarme un ratín a la ventana, a ver si me da el aire y recupero algo de cordura. 

viernes, 20 de marzo de 2020

Puntos suspensivos (poema)

La vida en puntos suspensivos 
a cada lado de la ventana.
Allí la calle vacía;
aquí, tan solo mi alma.

El mundo se detuvo,
pero no paró con calma.
La inquietud es quien escribe
con su letra estrangulada.

La vida en puntos suspensivos,
esperando el mañana.
Congelada en este presente:
un bolígrafo con la tinta gastada.


Sexto día de confinamiento.
Se está haciendo difícil, ¿eh? Ánimo, que ya queda menos. 💪

domingo, 15 de marzo de 2020

La teoría de la probabilidad

Desde el momento en que llegamos a este mundo, todos, sin excepción, iniciamos un proceso de adaptación a la vida. Es lo justo. Al fin y al cabo, ella estaba aquí mucho antes que nosotros. Pero como lo justo no siempre es lo que más nos conviene, hasta el menos pillo se busca sus mañas para conseguir que sea la vida la que se adapte un poquito a el/la menda. Estoy hablando de cosas pequeñas, por supuesto; detalles insignificantes. Porque una cosa es querer estar lo más cómodo y a gusto posible y, otra bien distinta, pretender que sea el mundo el que gire a tu alrededor. Si esto es lo que esperas, te lo aviso desde ya: vas de culo. 
Por ejemplo, ¿quién no ha usado alguna vez la banqueta de la cocina como mesa supletoria para poner el café cuando se repantiga en el sofá a ver la tele? Y, ¿qué me dices de la última balda del mueble de la alacena, donde acaban olvidados los productos que no usas a diario? Di que sí; garbanzos, lentejas y pastas bien a la mano, y lo otro... confinado en la más alta torre. Pues claro, los bajitos tenemos nuestras mañas. 
Los miedosos, también. 
Creo que esta no será la primera vez que cuento lo poco aficionada que soy a las pelis y novelas de terror. Ni lo lejos que me mantengo de la puerta de la casa del terror cuando voy a un parque de atracciones ―naturalmente, jamás los visito en Halloween. Para mí el miedo es una emoción negativa, desagradable, así que trato de guardar distancias con ella y evitarla lo más posible. Pero, claro, hay determinadas situaciones y, sobretodo, ambientes, en los que no importa que tú no quieras acercarte a él, porque es el miedo quien se empeña en ir detrás de ti. Cerca; muy, muy cerca. Tanto, que hasta puedes notar su aliento despeinándote los pelillos de la nuca. 
¡AYYY! 😱😱😱
Desérticas paradas de autobús a primera hora de la mañana, pasillos oscuros y largos en ese lugar de trabajo en el que ya no queda nadie más que tú, tu casa cuando eres la única de sus habitantes habituales que se ha quedado sin plan para la noche... Todos esos escenarios tienen algo inquietante para el alma miedosa. Si a eso se le une una desquiciada mente novelera, como la de esta que escribe... No es por ponerme medallas, de verdad que no; pero creo que si me dedicara a escribir las historias que  se me pasan por la cabeza en mis momentos de terror, podría hacerle la competencia a Stephen King. Aunque también lo pasaría fatal durante el proceso creativo, 🤨 no compensa. 
Es por esto que, en este proceso de adaptación de la vida a las necesidades propias, que mencioné al principio, he acabado desarrollando mi particular kit de emergencia para situaciones en las que siento que empiezo a sucumbir al miedo. Esto es lo que llamo La teoría de la probabilidad. 
A ver, me explico. 
Supongamos que, de vuelta a casa, sola, después de haber estado de fiesta, me toca pasar por un callejón en cuyos muros las sombras dibujan figuras espectrales antes de engullir por completo el camino. ¡No pasa nada! Vale que me vienen a la mente todas esas escenas de historias de ficción que he visto y/o leído lo de mantener las distancias con el género me lo impuse al hacerme adulta y priorizar mi paz mental sobre todo lo demás; así que yo también tengo un buen repertorio de escenarios de pesadilla, como todo hijo de vecino. Esas en las que un chica incauta y menudita la coincidencia del perfil del personaje con el mío es pura coincidencia, y que por lo mismo tiene nulas posibilidades de salir victoriosa de un enfrentamiento físico, aun cuando el adversario sea el Ratoncito Pérez, es atacada por uno de esos zombis devorador de cerebros.
¡Qué ascazo! De verdad. 
Ella empieza a oír sus gruñidos tras un cubo de basura, se acerca ―¡No! ¿Por qué en todas las películas la victima potencial se acerca? Mejor corre, boba; ¡corre! y, entonces... ¡ZAS! En cuestión de segundos termina convertida en puré de carne. 
Sí; confieso que en mi imaginación he protagonizado infinidad de veces esta escena. Es entonces cuando decido que ha llegado el momento de ceder la palabra a mi voz interiorla cual me dice:

Vamos a ver, Adriana, deja en pause la imaginación desbocada esa que tienes y tira de la racionalidad, que algún uso le tendrás que dar de vez en cuando, ¡digo yo!
En estas historias que son directamente responsables de que estés a un paso del paro cardíaco, ¿no hay siempre un héroe macizorro que aparece en el momento justo para salvar a la chica? No; no a la pardilla que muere al principio, antes de que terminen de pasar los créditos. Tampoco a la que la palma a la mitad. Sino a la protagonista, ella siempre llega con vida al The End. Y está claro que ese es el papel que te toca a ti. Estaría bueno no ser prota ni en tus propios terrores. Ahora, piénsalo seriamente: ¿cuántas posibilidades crees que hay de que tú te topes con un tío así? En este punto, a mi voz interior se le escapa una risotada perversa. Tiene mala uva, la puñetera―. Eso es, ¡cero! Por lo tanto, siguiendo con la argumentación lógica, a cero posibilidades de encuentro con el héroe le corresponde cero posibilidades de ataque zombi. ¿No? 
Pues ahí lo tienes, la acción no es posible. ¡Despídete de la película, Prima Donna!

Y, ¡oye! ¡Mano de santo! 
Tras esta charleta conmigo misma, me quedo la mar de relajada y soy capaz de atravesar el cementerio a medianoche, si hace falta. 
Es tonto, vale. Lo admito. Pero, párate a pensarlo; es igual de idiota que creer en zombis (aclaración importante: el zombi es sustituible por vampios, espectros y el resto de variables posible dentro de las criaturas de ultratumba). Con lo cual, me parece un remedio a la altura del mal. 
Sin embargo, mira tú por donde, la vida, que se habrá molestado conmigo por intentar zafarme de las taras que me ha impuesto, ha venido a fastidiarme el invento desatando una pandemia mundial. Después de esto, empiezo a cuestionarme las leyes de esa lógica a la que recurro en mis momentos de mayor ansiedad. Porque esta que estamos viviendo es otra de esas situaciones que solo creía posibles en la ficción. Y, no se tú, pero yo sigo sin encontrarme a Brad Pitt. ¿O será que hay que esperar a que la cosa empeore y empiecen a aparecer los primeros zombis?


Aquí el señor Pitt analizando la situación antes de entrar en acción.
Buena señal; si puede pararse a elaborar estrategias significa que la cosa aún no está muy mal.


Esto que acabo de soltar es un frivolidad enorme, teniendo en cuenta lo serias que están las cosas. Pero permitirme un poquito de humor antes de decir lo importante. 
No soy muy partidaria de hacerme eco de los problemas sociales. Primero, porque como escritora de Novela Romántica considero que mi papel es conseguir que te evadas del mundo y sus problemas. Segundo, porque creo firmemente que los que tienen potestad para hablar son, únicamente, los especialistas, y que muchas veces el que nos hagamos eco en avalancha de una situación tan delicada como esta, soltando nuestras propias opiniones, puede ser más contraproducente que otra cosa. Sin embargo, en vista del cariz que están tomando el asunto, me voy a tomar la libertad de hacer una pequeña excepción en esta máxima que tengo para darte un consejo:

¡CALMA!


Todavía no hemos llegado a la situación que se ve en las pelis sobre el fin de la humanidad. Y, honestamente, tampoco creo que la alcancemos. 
No quiero minimizar lo que está sucediendo, por supuesto que es algo muy grave y sin precedentes. Pero también considero, y confío, en que se puede solucionar si escuchamos a los que saben y acatamos las medidas que se nos han impuesto. Quédate en casa e intenta aprovechar el tiempo. Solo eso. A ver, que tampoco nos están pidiendo algo tan difícil. ¡Con la de libros y pelis que hay para leer y ver! ¡Vamos! Si estoy harta de oír las ganas que tiene todo el mundo de que sea finde para pillar por banda al Netflix. 😉
Y, POR FAVOR, no saquees tu super más cercano. No hay ningún problema de abastecimiento ni lo habrá, a no ser que lo provoquemos nosotros. Haz la compra como la harías normalmente y piensa en los que vienen detrás, que también tendrán que comer algo. Yo hago la compra semanal los sábados y te juro que ayer aluciné con el panorama y la actitud tan egoísta de la gente. Los hay que se llevan las cosas porque sí, al grito de: ¡eso mismo!
Además, deja ya de preocuparte por el p*** papel higiénico. Qué estás en tu casa, hombre; en un momento de apuro tiras de bidé y sanseacabó. 😋
Así que tranqui, que me da a mí que lo único que necesitamos es esperar, y que no va a hacer falta que el señor Pitt venga a salvarnos. Aunque no sé yo si esto, a algunos, les parecerá una bendición o una desgracia. 😅

P.D.: Lo de la teoría de la probabilidad es completamente cierto, pero que quede claro que no soy ninguna pirada con el tema de los fantasmas. De hecho, suelo pecar de escéptica con lo paranormal. Será por eso que me funciona tirar de la lógica cuando me desquicio. Lo que pasa es que también tengo una imaginación demasiado fértil y soy muy sensible a los ambientes. No me hace falta mucho para montarme la película y, claro, así, a veces acabo como acabo.

P.D. 2: Llegado el caso, ¿podría cambiar a Brad Pitt por otro? A mí es que los chicos así, tan rubitos y tipo nórdico, no me van mucho. 

lunes, 9 de marzo de 2020

Quise escribirte un poema (poema)

Quise escribirte un poema
y me falló la poesía. 
Me dio esquinazo el alma
y solo quedó la rima. 

La razón me gritó al oído
reprochándome la osadía.
Dijo que no valdría el esfuerzo.
Se hizo eco de lo que ya sabía. 

Pero quise escribirte un poema,
quise enclaustrarte en mi tinta.
Intenté retenerte en mi amor,
pero la muerte venció a mi grafía.


A mi madre,
que ayer habría
 cumplido un año más.

domingo, 1 de marzo de 2020

El Madrid romántico

El jueves pasado, a primer hora de la mañana, estaba sentada en un plaza madrileña que me sería imposible ubicar en el mapa. No sé su nombre ni cómo llegué allí. Me limité a tomar el metro y a vagabundear por las calles siguiendo el puntito azul que me representa en la pantalla de mi teléfono móvil. Así que solo puedo decir que era un lugar cercano al hotel en el que me alojé el tiempo que pasé en la capital. 
Hacía un frío que pelaba. La placita en la que me instalé en espera de que diesen las doce del mediodía para hacer el check-in no me mantenía a salvo de los repartidores. Quienes, sin piedad ni respeto alguno por la vida humana―, aparcaban en zona peatonal, poniendo en riesgo la integridad de mis extremidades inferiores. Y el croissant de chocolate que me estaba zampando no era, ni de lejos, de los mejores que he probado. Particularmente si tengo en cuenta lo que pagué por él. 
Vamos, que el día no se planteaba muy prometedor.
Pero, en una de esas en que la desesperación me empujó la vista al cielo, encontré este blasón en la fachada del edificio frente al que estaba sentada. 


La verdad, me habría gustado mucho más toparme con la casa en la que nació el poeta. O en la que escribió el Tenorio o cualquier otra de sus obras. La muerte no me parece algo para recodar con placas conmemorativas, siempre es un  hecho triste.  No para olvidar, eso no. Desgraciadamente, el fallecimiento de una persona también es demasiado importante para poder borrarlo. Sobre todo si se trata de un ser que amamos. Pero de ahí a convertirlo en reclamo turístico... No sé, no termino de verlo. Sin embargo, como he dicho, fue un encuentro inesperado. No buscaba este lugar, ni siquiera sabía que estaba allí. Simplemente apareció ante mí. Casi como si fuera él quien me hubiera estado buscando, jugando al escondite conmigo; esperando que levantara la vista para que lo descubriera.
Quizá sea por eso, porque me pilló de improviso, por lo que me hizo ilusión mucha, mucha ilusión― verme frente a un lugar en el que Zorrilla estuvo una vez. Aunque fuera en una situación tan triste. 
Los versos del Tenorio, como los de Romeo y Julieta, en mi memoria siempre irán unidos a mi adolescencia. Forman parte de de mi pasado más dulce. Sé que juego todas las papeletas para que me coloques el adjetivo de rarita después de leer esto, pero de los quince a los diecisiete años, mientras las demás chicas forraban carpetas con fotos de cantantes, actores y hasta algún que otro futbolista, yo decoraba la mía con imágenes de Bécquer y Shakespeare. También escribía sus versos en los separadores que ponían orden entre las asignaturas y leía las obras clásicas románticas con frenesí, entregada a esa intensidad tan propia de la edad. 
¡Ay, Dios mío! Si todavía me quedan reminiscencias de Drama Queen, no te imaginas cómo era por aquellos años. 🙃
A esa edad, en la que todos nos buscamos y necesitamos referentes en los que mirarnos, yo me identifiqué con los románticos e hice de ellos mi propia tribu urbana. Eran tan trágicos, idealistas, amantes de la libertad y... pues eso, tan románticos también aunque no solo― en su concepción del amor, que representaban todo lo que mi alma, encerrada en un cuerpo en plena revolución hormonal y con el consiguiente desarreglo emocional que eso conlleva, sentía. 
Mi viaje a Madrid responde a un motivo meramente laboral. Solo me quedé dos días y, literalmente, no tuve tiempo para pasear. Pero resulta que en la misma calle en la que estaba mi hotel se encontraba también el museo romántico. ¡No te imaginas lo que me ha dolido volver a casa sin haberme pasado antes por allí!
Lo tengo pendiente, la próxima vez que viaje a la capital recorreré el museo de principio a fin. Se lo debo a mi versión adolescente, con la que siempre es un placer volver a conectar. Hasta entonces, me consuelo pensando que he estado en el barrio romántico de la ciudad. Así lo he bautizado aunque no sé si es una etiqueta oficial o se la estoy colgado sin ningún fundamento― en vista de los rincones relacionados con ese movimiento artístico, que todavía me apasiona, que he descubierto por pura casualidad. Quizás una investigación en profundidad de la zona me habría revelado muchos más. 
¡Qué lástima no haber tenido más tiempo para averiguarlo!