domingo, 1 de marzo de 2020

El Madrid romántico

El jueves pasado, a primer hora de la mañana, estaba sentada en un plaza madrileña que me sería imposible ubicar en el mapa. No sé su nombre ni cómo llegué allí. Me limité a tomar el metro y a vagabundear por las calles siguiendo el puntito azul que me representa en la pantalla de mi teléfono móvil. Así que solo puedo decir que era un lugar cercano al hotel en el que me alojé el tiempo que pasé en la capital. 
Hacía un frío que pelaba. La placita en la que me instalé en espera de que diesen las doce del mediodía para hacer el check-in no me mantenía a salvo de los repartidores. Quienes, sin piedad ni respeto alguno por la vida humana―, aparcaban en zona peatonal, poniendo en riesgo la integridad de mis extremidades inferiores. Y el croissant de chocolate que me estaba zampando no era, ni de lejos, de los mejores que he probado. Particularmente si tengo en cuenta lo que pagué por él. 
Vamos, que el día no se planteaba muy prometedor.
Pero, en una de esas en que la desesperación me empujó la vista al cielo, encontré este blasón en la fachada del edificio frente al que estaba sentada. 


La verdad, me habría gustado mucho más toparme con la casa en la que nació el poeta. O en la que escribió el Tenorio o cualquier otra de sus obras. La muerte no me parece algo para recodar con placas conmemorativas, siempre es un  hecho triste.  No para olvidar, eso no. Desgraciadamente, el fallecimiento de una persona también es demasiado importante para poder borrarlo. Sobre todo si se trata de un ser que amamos. Pero de ahí a convertirlo en reclamo turístico... No sé, no termino de verlo. Sin embargo, como he dicho, fue un encuentro inesperado. No buscaba este lugar, ni siquiera sabía que estaba allí. Simplemente apareció ante mí. Casi como si fuera él quien me hubiera estado buscando, jugando al escondite conmigo; esperando que levantara la vista para que lo descubriera.
Quizá sea por eso, porque me pilló de improviso, por lo que me hizo ilusión mucha, mucha ilusión― verme frente a un lugar en el que Zorrilla estuvo una vez. Aunque fuera en una situación tan triste. 
Los versos del Tenorio, como los de Romeo y Julieta, en mi memoria siempre irán unidos a mi adolescencia. Forman parte de de mi pasado más dulce. Sé que juego todas las papeletas para que me coloques el adjetivo de rarita después de leer esto, pero de los quince a los diecisiete años, mientras las demás chicas forraban carpetas con fotos de cantantes, actores y hasta algún que otro futbolista, yo decoraba la mía con imágenes de Bécquer y Shakespeare. También escribía sus versos en los separadores que ponían orden entre las asignaturas y leía las obras clásicas románticas con frenesí, entregada a esa intensidad tan propia de la edad. 
¡Ay, Dios mío! Si todavía me quedan reminiscencias de Drama Queen, no te imaginas cómo era por aquellos años. 🙃
A esa edad, en la que todos nos buscamos y necesitamos referentes en los que mirarnos, yo me identifiqué con los románticos e hice de ellos mi propia tribu urbana. Eran tan trágicos, idealistas, amantes de la libertad y... pues eso, tan románticos también aunque no solo― en su concepción del amor, que representaban todo lo que mi alma, encerrada en un cuerpo en plena revolución hormonal y con el consiguiente desarreglo emocional que eso conlleva, sentía. 
Mi viaje a Madrid responde a un motivo meramente laboral. Solo me quedé dos días y, literalmente, no tuve tiempo para pasear. Pero resulta que en la misma calle en la que estaba mi hotel se encontraba también el museo romántico. ¡No te imaginas lo que me ha dolido volver a casa sin haberme pasado antes por allí!
Lo tengo pendiente, la próxima vez que viaje a la capital recorreré el museo de principio a fin. Se lo debo a mi versión adolescente, con la que siempre es un placer volver a conectar. Hasta entonces, me consuelo pensando que he estado en el barrio romántico de la ciudad. Así lo he bautizado aunque no sé si es una etiqueta oficial o se la estoy colgado sin ningún fundamento― en vista de los rincones relacionados con ese movimiento artístico, que todavía me apasiona, que he descubierto por pura casualidad. Quizás una investigación en profundidad de la zona me habría revelado muchos más. 
¡Qué lástima no haber tenido más tiempo para averiguarlo!

2 comentarios:

  1. ¡No me lo puedo creer! Y yo que pensaba que era la única rarita que llevaba fotografías de retratos de Bécquer en mi carpeta del insti... No sabes la ilusión que me ha hecho saber que hay otra loca romántica suelta por ahí. También escribía sus versos en los separadores, ja ja ja.
    Me ha encantado leer tu entrada. Siempre me transmites muchas emociones juntas cuando te leo. Muestras un pedacito de ti en ellas y es maravilloso poder disfrutar de cada pequeño detalle que cuentas. Por favor, no dejes de escribir nunca.

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    1. Pues no te haces una idea de lo contenta que me pone ver que no soy tan bicho raro. Es una pena que no coincidiéramos en el instituto, me da a mí que nos habríamos llevado bien. ;-P

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