domingo, 9 de diciembre de 2018

Mensaje en una botella (ejercicio de escritura)

Los ejercicios de escritura creativa son una enorme ayuda para todo escritor/a. No solo porque sirven de disparadero cuando nos encontramos sufriendo uno de los fastidiosos bloqueos y, en ocasiones, hasta se convierten en origen de textos más largos. Lo más importante es que nos ayudan a trabajar, depurar y mejorar determinados aspectos de nuestra narrativa. 
Este que se llama Mensaje en una botella me gusta especialmente porque trabaja la emotividad, un cualidad muy importante en la escritura de todo autor. Una historia no se sustenta solo en hechos, si no transmite sensaciones se queda vacía. En fin, regresando al tema, que me desvío. La dinámica consiste en imaginar a un personaje que ha perdido un ser querido en un naufragio. Para poder despedirse de aquel/lla a quien ama le escribe una carta y la lanza al mar metida en una botella. La tarea del escritor será dar voz a este personaje redactando su mensaje en primera persona. 
Y esto es todo. Sencillo, ¿verdad? Y muy bonito, es un ejercicio precioso y muy gratificante. Así que ya explicada la premisa, y sin más dilación, lanzo mi mensaje al mar. A ver qué os parece.


Amor mío:

Nunca fue difícil encontrar qué decirte, llenar los silencios que jamás fueron incómodos entre tú y yo. Pero esta carta es diferente. Lo es porque sé que, para llegar a ti, debería recorrer una distancia infinitamente más amplia que el océano. También porque tengo la necesidad de condensar en ella todo lo que eres para mí. Una condición demasiado grande y otra imposiblemente pequeña coartando la naturalidad que siempre dominó nuestros momentos juntos. 
¿Cómo hacerlo bien? Por más que pienso sé que no hay manera de estar a la altura.
Aquella mañana, en el puerto, cuando agité mi mano en el aire, no fui consciente del profundo significado que tenía ese adiós. Creo que tú tampoco lo fuiste, porque sonreías con una despreocupación idéntica a la que yo sentía. Ninguno preveyó que esa sonrisa se volvería inolvidable para mí. El último recuerdo, el final; la cubierta de un libro que se cierra concluyendo una historia. Una a la que los dos augurábamos muchos capítulos por leer. 
Por esto tengo la impresión de que no supe aprovechar nuestro tiempo juntos. La seguridad de tener un mañana, de que siempre habría uno, acomodó mis sentimientos. Nunca te demostré lo que eras para mí, jamás te di el lugar que merecías sobre todo lo demás. Por eso me mata la duda de si llegaste a saber lo importante que eras, porque por más que quiera consolarme sigo pensando que no. Ni siquiera lo habrás sospechado. 
No hay ningún momento especial, ningún recuerdo al que desee volver. No puedo anteponer una vivencia sobre las demás porque todas fueron únicas. El tiempo que pasé a tu lado fue maravilloso; lo fue en el día a día, sin necesidad de ningún aliciente extra. 
Ahora debo dejarte ir; lo sé, me doy cuenta de que no puedo vivir anclada en tu recuerdo. Seguiré adelante con mi vida, tal y como lo hacía antes de ti. Dormiré, comeré, me levantaré cada mañana y caminaré por las calles que han servido de escenario a mi vida. Y sonreiré. Sí, también sonreiré. Sé que llegará el día en que la sonrisa me salga sin tener que forzarla. Pero en el fondo de todas ellas estarás tú. 
Tras cada paso que de...
Tras cada sueño de cada noche...
Tras cada mañana soleada y cada tarde de lluvia...
Tras cada reacción y cada momento que viva en adelante estarás tú, porque lo que el tiempo que hemos pasado juntos no se borra; ni toda el agua del océano más profundo podría hacerlo. Es por eso que, aunque en este momento suelto tu mano y te dejo libre para vagar entre las olas, una parte de ti se queda conmigo. Esto es algo que ninguno de los dos puede evitar. 

Marcha libre. 

jueves, 29 de noviembre de 2018

Primeras opiniones de "Es medianoche, Cenicienta"... ¡Sin censura!

Pues aquí las tienes. El público (sí, sí; no mires a otro lado que también entras en el saco), siempre soberano, ha hablado. Así que poco más tengo yo que añadir. Aparto los dedos del teclado y te dejo con lo que los lectores opinan de la novela. 

Fuente: Goodreads

Por cierto, solo una cosa: ¿Qué pasa con Nino? 😯 ¡Si es un amor de chico!

domingo, 25 de noviembre de 2018

Fuimos nada (poema)

Fuimos dos notas iguales
de una melodía extraña. 
Dos sonidos dispares
que al nacer se abrazan
para morir después,
cuando el aire las separa.

Dos amantes que se aman
al son de una suave guitarra,
y en la oscuridad se buscan,
y sus labios no hallan.

Fuimos dos gotas de lluvia,
dos gritos de esperanza,
dos almas que se confunden...
Fuimos simplemente nada.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Volar (poema)

En las alas de un ave extraña
quiero volar. 
Alzar los pies del suelo;
despegar. 

Correr libre las corrientes,
que el viento me 
arrastre a su andar. 

Ver el mundo desde arriba.
Tan lejos, tan alto,
que nada ni nadie 
me pueda dañar.

martes, 13 de noviembre de 2018

Los finales tristes 😭

La primera historia que me hizo llorar tenía nombre propio: Pocahontas. Aun recuerdo como si fuese ayer (aunque mira que ha llovido desde entonces) la congoja que sentí al ver aquella despedida agrandada en la pantalla del cine. Los enamorados diciéndose adiós mientras una ráfaga de viento arrastra hojas multicolores que alborotan la oscura melena de ella para llevar su rastro hasta él, por última vez. Demasiado drama para la niña que era  por aquel entonces. Siempre he tenido el lagrimal fácil, la verdad.


Recuerdo que mi madre salió del cine con un enfado monumental y reprochándome que no se me podía sacar a ningún lado. Normal, la mujer me llevó con toda la ilusión del mundo porque sabía lo mucho que me gustaban las pelis de Disney y yo terminé con un berrinche. Se le pasó pronto (a ella, que no a mí) porque ya se sabe que las mamás tienen una asombrosa facilidad para perdonar a sus retoños. Y, para que también yo me calmase, me aseguro que la historia de Pocahontas y el capitán Smith no acababa como habíamos visto. Él iba a Londres para curarse, pero luego regresaba con ella y vivían los dos felices para siempre. Me lo creí, claro; lo hice porque también los hijos (al menos cuando todavía somos niños) tenemos una fe ciega en la palabra de nuestros padres y madres. 
Con el tiempo los señores de Disney se encargaron de desmentir a mi mamá con una terrible secuela que incluía cambio de pareja y toda la cosa. De verdad, ¿en qué estaban pensando? Todavía no me lo explico. Por suerte, esta segunda entrega que perfectamente podría haber sido omitida me pilló más madura y menos tierna que la primera. Tenía más tolerancia, que no más gusto, hacia los finales tristes. Porque, honestamente, las historias trágicas siguen sin entusiasmarme. Será por eso por lo que acarreo fama de ñoña 😜. Pero es que creo que la vida, la de verdad, la real que todos enfrentamos cada día que amanece, ya tiene demasiadas dosis de drama para que me apetezca buscarlas en ningún otro lado. Incluida la ficción. 
Esta es mi opinión como lectora, espectadora..., ¡público, en general! Sin embargo, tengo que reconocer que como autora mi perspectiva cambia un poquitín. No es que al coger un bolígrafo o pararme delante del teclado de mi ordenador me vuelva una sádica ansiosa por castigar los corazoncitos de mis lectores a base de tragedias. No, no soy tan perversa y no me gusta hacer a los demás lo que no quiero que me hagan a mí. Es solo que, a veces, las tramas que llegan a mi cabeza se justifican mejor si concluyen con un sabor amargo. Otras lo que pasa es que cuesta demasiado salvar a mis héroes y heroínas del embrollo en el que se han metido o, sencillamente, el cuerpo me pide acabar de un modo diferente al habitual. No es fácil hacer que un final feliz sea distinto de los que he escrito antes. Confieso que esta regla de la novela romántica de finalizar con un "y fueron felices, y comieron predices" a menudo me ha resultado muy coercitiva y condicionante para la creatividad del autor. Osease, la mía. 
¿Qué? Las justificaciones que acabo de exponer te parecen flojas, ¿no? No tienen suficiente peso. A decir verdad, todo el post me a quedado desapasionado. 
¡Lo siento! Hace un par de semanas, cuando ideé este contenido, tenía mucha más convicción en él. Estaba segura sobre cómo defender mi visión del tema desde los dos puntos de vista, el de la lectora y el de la escritora. Pero después de pasar por el final más triste de todas las historias que he vivido mi opinión a cambiado un poco. Ahora, los finales felices obligados por el género que escribo no solo no me parecen forzados, sino que los creo necesarios. Yo los necesito. Ahora entiendo por qué la novela romántica obliga a derrochar azúcar antes de colocar el punto y final a la narración. 
Quizás con el tiempo mi opinión vuelva a ser la de siempre. Como ha ocurrido con mi apetito, que se anuló en los primeros días de esta desgracia que estoy pasando y ahora vuelve a ser el goloso habitual. No lo creo, no lo sé... Por el momento, solo puedo decir que la novelista que habita en mí va a tardar en defender la necesidad creativa de la tragedia. 
Así pues, ¡qué vivan los finales felices! Ojalá que la vida también se pudiese reescibir para tener un Happy Ending siempre a nuestra disposición.