viernes, 8 de marzo de 2019

Mi 8 de marzo

Esta mañana no me ha sonado el despertador. No es que este estropeado, solo desempleado. Como su dueña. Pasé a engrosar la fila del paro en septiembre, cuando me despedí del trabajo para cuidar a mi madre. Lo hice por voluntad, por amor. Porque quería estar con ella y dedicarle todo mi tiempo. Sin embargo, no fue una decisión sencilla. Aunque me sentí muy respaldada por mi entorno, que consideró que hacía lo correcto, lo que una hija (remarco el género) debe hacer.
El primer vistazo del día a la pantalla del móvil me recuerda el cumpleaños de la que, a pesar de todos mis cuidados, ya no está. Se marchó luchando, plantado cara. Como era ella, como hizo siempre ante las dificultades que se le presentaron en la vida. La sonrisa, aunque triste, me gana la boca al recordar lo orgullosa que se mostraba cuando decía que había nacido marcada por este día. Que era fuerte porque la fortaleza, por más que muchas veces se quiera ocultar, es un rasgo que está en la naturaleza de la mujer.
En la calle brilla un sol tímido que anticipa la primavera. Después de varios días grises y lluviosos mi ánimo lo agradece. Será por eso que, al abrir mi armario, unos llamativos shorts de color fucsia, olvidados durante estos meses invernales, se ganan mi atención. Los sacos y me los pruebo, luego me miro y me remiro en el espejo, estudiando mi imagen en él como si fuese la primera vez que visto esta prenda. Me gusta, me gusto; me veo y me siento juvenil y desenfadada. Igual que el día, que ha amanecido con ganas de levantarme el ánimo.
Al salir a la calle un vientecillo frío me recuerda que, a pesar de las apariencias, todavía es invierno. Un grupo de señores sentado a la puerta de un bar hace lo propio con mi edad, poniendo en mi conocimiento que ya me sobran años para vestir "como una chiquilla". Sin embargo, unos metros más adelante avanzando por la misma calle, el veredicto a mi elección de vestuario se vuelve favorable. O eso interpreto del "estàs pa'follarte" que, entre otros currados versos, me regala el individuo con el que me cruzo en el paso de cebra. El cual sigue lanzándome miradas que demuestran que es demasiado machote y que reprimirse para no hacerme lo que ya a declarado que merezco le cuesta un mundo. Yo sigo mi camino porque tengo tragado que es algo normal. Total, cuando una mujer enseña más piel de la cuenta, se expone a que los hombres la juzguen a voluntad. ¿No es así?
En el super de mi barrio la pechuga de pollo está a mitad de precio. Entro atraída por el cebo y pido la vez en la carnicería. Una señora se me acerca.
Hija, que no he tenido la oportunidad de darte el pésame antes sí que lo ha hecho, dos veces sin contar esta última, pero le sigo la corriente y no la saco de su error . ¡Cuánto lo siento!
Le agradezco como merece la ocasión y la conversación da un giro para centrarse en mi vida personal.
Pero , ¿todavía estás soltera? ¡Con lo guapa que tú eres! Los hombres están ciegos.
Otra vez me censuro y me evito responder que quizás sea yo la que está poco interesada en la opción de pasar por el altar. O por el juzgado, que tanto da. Que me he acomodado en la soltería y le encuentro más ventajas que a los sacrificios que se hacen por amor y que no, no me preocupa lo más mínimo que se me pase el arroz porque el instinto maternal, mire usted, es algo que sigo sin encontrar. Viví mis veinte relajada, segura de que ya llegaría, de que lo que me pasaba era que seguía siendo muy cría para pensar en niños. Pero me llegaron los treinta y las ganas de ser madre siguen en paradero desconocido. La buena mujer hace reaparecer mi sentimiento de culpa por la falta de inclinación a la maternidad que padezco. ¿Será que soy una desnaturalizada? Este es uno de mis complejos más recurrentes.
Vuelvo a casa sintiéndome una mala mujer y me encuentro a mi abuelo esperándome en la puerta. Otra descarga de reproche me cae encima. Desde que falta mi madre, él, aunque tiene otro hijo, a pasado a ser responsabilidad mía. Es lógico porque ya se sabe que no está en la naturaleza del hombre el asistir a sus mayores (enlazo aquí con lo expuesto al comienzo del post). Siempre me he preguntado qué tipo de misterio esconderá su nacimiento, si acaso tiene su origen en una maceta, o algo así.
La nota cotilla del día viene de la mano de una periodista con ganas de notoriedad a la que le ha dado por definirse "femenina, no feminista".
¿Qué diferencia hay? me pregunta mi inocente abuelo mientras damos buena cuenta del almuerzo. Y yo, que en el instituto solo destaqué por mi amplio vocabulario y mi capacidad de redacción, no sé que responder. Creo que he perdido la única habilidad que tenía.
La verdad es que ya no sé si feminismo y feminidad son palabras complementarias o radicalmente opuestas. Si la política, que ha tomado cada aspecto de la vida para teñirlo de sus colores, ha hecho también suya una lucha que es de todos. O debería serlo. Pero, la verdad, tampoco me importa, porque creo que lo relevante está en el fondo, no en la forma. Y que cualquier persona con dos dedos de frente, sea hombre o mujer, estará de acuerdo en que esta sociedad, en la que parece haberse convertido en una moda siniestra que una manada de tíos elijan a una chica al azar para utilizarla a su antojo, como si no fuese más que un pedazo de carne con el que saciarse el hambre, tiene mucho que cambiar. Empezando por las pequeñas cosas, esas que están presentes en el día a día y a las que no prestamos atención porque estamos tan acostumbrados a ellas que las asimilamos como naturales, cuando ni remotamente lo son.

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