Me apetecía escribir una entrada hablando de este tema y qué mejor momento para hacerlo que ahora, que tengo novela nueva en el mercado. Recién salidita del horno y lista para que los lectores comenten qué les parece. Soy consciente de que el asunto puede ser un tanto resbaladizo, me inquieta dar lugar a malos entendidos. Pero quiero tocarlo porque para mí es y ha sido importante. Tanto que en el pasado me condicionó al punto de dejar de escribir durante algunos años, lo que si no recuerdo mal he comentado en alguna ocasión. Así que aquí vengo, dispuesta a abrirme en canal y hacer terapia.
Me puse muy trágica, lo sé. Es la vena Drama Queen, que me puede.
Todos somos humanos y tenemos nuestras manías, miedos y necesidades particulares. En mi caso, confieso que siempre he huido de los roles protagonistas como de la peste. Sé que hay gente a quien le encanta ser el centro de atención y me parece estupendo, no tiene nada de malo. Pero, esta que escribe, se encuentra en su salsa en segundo plano, como un simple personaje de reparto. Soy la narradora de la historia, ya sabes, y me encanta. Supongo que es por esto mismo por lo que las redes sociales no son mi habitad. Nunca me he terminado de encontrar en ellas.
Como ciudadana del mundo, anónima entre una multitud, es fácil dar esquinazo a la sobresposición que marca estos tiempos modernos que nos han tocado vivir. Basta con no tener Facebook, Instagram y demás. Una medida que conlleva la contraindicación de convertirte en un bicho raro, pero como a esta etiqueta ya estoy más que acostumbrada tampoco me supone mucho. Como escritora, en cambio, no es tan sencillo mantenerte al margen de lo que los demás piensan de ti. O de tu trabajo, que para el caso viene a ser lo mismo.
Cuando se publicó mi primera novela, El cielo de Bangkok, sucedió algo con lo que no contaba: que todo el mundo pudo opinar de ella. Era lógico, debería haberlo previsto. Pero como novata y completa desconocida en el mundo de la romántica (y de la literatura en general) no conté con que alguien se fuese a tomar la molestia de hablar de mi trabajo en Internet. Inocencia supina, la mía. Si es que soy un alma cándida. En la era de la comunicación en línea todo se valora, se puntúa y se cataloga. Hasta la visita a Mercadona, ¡si lo sabré yo! El de mi barrio sigue incordiándome vía móvil cada vez que salgo de hacer la compra. Mira que me resisto, pero no se da por vencido. El muy plasta está empeñado en saber cómo fue mi experiencia en sus instalaciones. Pues..., ¿cómo va a ser? Tal y como se espera de estos casos, supongo.
En fin, a lo que iba.
Para ser justa, admitiré que en mi debut literario se me trató muy bien. He tenido más críticas positivas que negativas y, aún estás últimas, no han sido lapidarias (de verdad que he leído reseñas de novelas con las que se me ha cerrado un nudo en el estómago sin conocer al autor o autora de nada, solo por la escabechina que le estaban haciendo). Las opiniones no tan buenas de El cielo de Bangkok (las que me han llegado, por lo menos) se han basado en cuestiones de gusto, que ya se sabe que es algo que no se puede complacer siempre. Pero nadie ha criticado el libro por ser malo ni a mí por no estar a la altura como narradora. Por ello estoy muy agradecida con mis lectores y sé que no tengo ningún derecho a quejarme. Pero el sentirse incómoda con las valoraciones no tiene nada que ver con el carácter negativo de las mismas. Está claro que una mala opinión es como una espinita, te "molesta" y te provoca el resquemor de la influencia que pueda ejercer sobre otros posibles lectores. Pero una buena también puede llegar a frenarte como escritor. En especial si eres un novato, la que publicas es tu primer intento de novela "en serio" y no te sientes demasiado seguro. El mío fue más bien este caso. Vamos, sin medias tintas: el mío fue este caso.
Para ser justa, admitiré que en mi debut literario se me trató muy bien. He tenido más críticas positivas que negativas y, aún estás últimas, no han sido lapidarias (de verdad que he leído reseñas de novelas con las que se me ha cerrado un nudo en el estómago sin conocer al autor o autora de nada, solo por la escabechina que le estaban haciendo). Las opiniones no tan buenas de El cielo de Bangkok (las que me han llegado, por lo menos) se han basado en cuestiones de gusto, que ya se sabe que es algo que no se puede complacer siempre. Pero nadie ha criticado el libro por ser malo ni a mí por no estar a la altura como narradora. Por ello estoy muy agradecida con mis lectores y sé que no tengo ningún derecho a quejarme. Pero el sentirse incómoda con las valoraciones no tiene nada que ver con el carácter negativo de las mismas. Está claro que una mala opinión es como una espinita, te "molesta" y te provoca el resquemor de la influencia que pueda ejercer sobre otros posibles lectores. Pero una buena también puede llegar a frenarte como escritor. En especial si eres un novato, la que publicas es tu primer intento de novela "en serio" y no te sientes demasiado seguro. El mío fue más bien este caso. Vamos, sin medias tintas: el mío fue este caso.
Cuando "me convertí en escritora" lo que más extraño y difícil de asimilar se me hizo fue el hecho de entrar en una web literaria o una librería digital y ver mi nombre allí. Me costaba asimilarlo como propio. No sé, supongo que era algún tipo de pudor lo que me hacía verlo con distancia. Al fin y al cabo, mis novelas (no sé si sea igual para todos los escritores, pero en mi caso funciona de ese modo) son fantasías plasmadas en el papel. Lo que leéis es lo que ha estado en mi cabeza en esos viajes al trabajo en autobús, en los momentos en que espero al sueño metida en mi cama entregada a mi versión más ñoña. Cada escena ha surgido en un plano muy íntimo y, de golpe, se convierten en material público. Y, como públicos que son, la gente está en su pleno derecho de decir lo que piensa de ellas. Esto es algo sobre lo que quiero que nadie tenga duda, porque la entrada no es una queja a la libertad de expresión del lector. La libertad de expresión es un derecho por el que muchos y muchas han luchado durante años, para que los que hoy estamos aquí podamos ejercerlo sin miedo. En todo caso, la crítica, si la hubiese porque no es esa la intención del post, sería contra mí misma y mi carácter reservado.
Abreviando, que me estoy extendiendo más de lo necesario. Toda esta parrafada viene a decir que la capacidad para lidiar con las críticas a mis novelas fue tema de importancia capital cuando decidí retomar mi sueño de ser escritora. En ese momento, y después de pensarlo muy seriamente, llegué a la conclusión de que podía hacerlo; sí, podía soportarlo. Lo haría porque ahora soy una versión más madura y segura de mí misma, porque el qué dirán ya no me importa ni la mitad de lo que me importaba en el pasado. Así lo vi en ese momento y, en este, el que me vuelve a poner frente a frente con una de mis debilidades... Pues mira, la verdad, en este vuelvo a estar muerta de miedo. No te voy a mentir. Pero también creo que es lógico. A todos nos asusta ser juzgados, esa es la verdad. Pero, al mismo tiempo, es algo que debemos aceptar y aprender a llevar. El mundo no se va a acabar solo porque alguien te diga que ese corte de pelo que te has echo con toda la ilusión del mundo, y con el que te ves estupenda, te sienta fatal. Y, además, si al final lo que cuenta es precisamente eso, el que tú te ves bien.
Así que sí, yo diría que ahora estoy preparada para lo que tenga que venir. He hecho todo lo que podía por Es medianoche, Cenicienta: escribirla. Y lo he hecho dando lo mejor de mí y disfrutando al máximo de la primera a la última palabra. De aquí en adelante nada de lo que vaya a pasar está en mis manos, sino en las tuyas y las de todos y todas los que quieran conocer esta historia. Espero que os guste y, si no es así, pues nada, sentíos libres de expresarlo.
Por cierto, si te preguntas si me ha servido de algo escribir esto la respuesta es sí. Así que, si has llegado hasta aquí, gracias por aguantar mi desahogo.
Así que sí, yo diría que ahora estoy preparada para lo que tenga que venir. He hecho todo lo que podía por Es medianoche, Cenicienta: escribirla. Y lo he hecho dando lo mejor de mí y disfrutando al máximo de la primera a la última palabra. De aquí en adelante nada de lo que vaya a pasar está en mis manos, sino en las tuyas y las de todos y todas los que quieran conocer esta historia. Espero que os guste y, si no es así, pues nada, sentíos libres de expresarlo.
Por cierto, si te preguntas si me ha servido de algo escribir esto la respuesta es sí. Así que, si has llegado hasta aquí, gracias por aguantar mi desahogo.
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