No, tranquilo; no te asuste. Quita esa cara de condenado a la horca y límpiate los sudores que te caen por la frente. No te escribo para desquitarme por todas las promesas incumplidas que me hiciste de niña. Tampoco para echarte en cara que seas un retrógrado símbolo de la cultura patriarcal. Nada de rencores, yo no soy de esas. Tú, que conoces mis más íntimas fantasías, sabes que tengo un natural pacifista. El motivo de esta misiva es otro.
Ya sé que te perdiste de camino a mi rescate. No disimules, lo comprendo. Hoy en día, con tanto bloque de pisos alzándose por todas partes, debe ser complicado diferenciar la torre que tiene uno que escalar. Yo, por mi parte, todavía llevo la melena extralarga, pero hace años que dejé de peinarla en dos trenzas. Entre tú y yo, eso de que las usaras para trepar muros siempre me pareció una burrada. Solo mantengo la longitud porque me mola el rollo boho.
Lo que quería decirte es que puedes guardar los mapas. Sí, ya da igual. No hace falta que vengas, de verdad. A estas alturas he aprendido a salvarme solita.
Hace años que salí de la torre, descubrí el mundo y me gustó. ¡La libertad es la leche! Por eso no creo que encajase en tu residencia de verano, soy más de colgarme la mochila y gastar agosto recorriendo las calles de una ciudad desconocida. Tampoco en las reuniones dominicales en torno a la paella de la Reina Madre, con toda la corte y tus reales sobrinitos correteando por el jardín. Los domingos me gusta pasarlos en casa, en pijama y disfrutando de mi espacio en soledad. Y, hablando de infantes, también debo comunicarte que no tengo intención de perpetuar tu ilustre linaje echando al mundo un heredero. No me veo como madre.
En definitiva, he descubierto que funciono mejor como naranja entera que como la mitad de otra. Me identifico más con el título de Singel Lady que con el de princesa consorte.
Pese a todo, me gustaría que las cosas entre nosotros terminasen sin acritud. La verdad es que sigo siendo la romanticona, cursi y ñoña como ninguna, a la que engatusaste de jovencita. Por eso sé que nos vamos a seguir viendo a menudo, y, cuando nos encontremos en un libro, una película o una canción, quisiera que nos saludáramos con una sonrisa. Como los viejos amigos que somos. Entonces me dejarás loca, lo sé, y volveré a las andadas fantaseando contigo como siempre he hecho. Pero sabré llevarlo, descuida. Como te dije, ahora ya sé quién soy y lo que quiero.
Tuya, con cariño:
Adriana
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