A 2018 le di la bienvenida con alegría, entusiasta; decidida a hacer de él el año de mi vida. Y es raro, porque no acostumbro a ser la persona más animada en Noche Vieja. Siempre me entra la morriña y una cierta tristeza por lo que se deja atrás, los objetivos que no he cumplido y, sí, por hacerme más vieja también. Precisamente por eso tenía tan altas expectativas puestas en este año que ahora agoniza. Si tanto me había cambiado el que es mi humor habitual en tan señalada fecha sería porque me aguardaba algo bueno y mi instinto lo notaba, ¿no?
De entrada, debo decir que no me defraudó. Este 2018 que ya es casi pasado he retomado mi soñada y durante tanto tiempo dejada de lado faceta de escritora. No solo he publicado una novela, sino que en estos doce meses no he parado de derramar tinta sobre el papel. A pesar de ello, si hago balance el peso se decanta estrepitosamente del lado de la tristeza. Sin temor a equivocarme puedo decir que 2018 ha sido el peor año de mi vida. Lo es porque, pese a permitirme recrearme en mi sueño, también me ha hecho vivir la peor de las pesadillas. Nunca olvidaré que este año mi madre fue diagnosticada de cáncer de pulmón, que esta enfermedad la fue apagando y que, al final, murió a manos de lo que se suponía que iba a salvarla: la quimioterapia. Todo en cuestión de meses, de manera fulminante y pillándonos a todos por sorpresa.
Mi madre me dijo adiós el pasado 23 de octubre, y con ella se llevó una parte de mí que no podré recuperar nunca. Por más que la busco, ya no está dentro de mí.
Así que hoy vuelvo a estar exactamente igual que hace 365 días, deseando dar la bienvenida al año nuevo. Solo que de un modo muy diferente, sin júbilo y con mucha cautela. No voy a cometer otra vez el error de esperar algo maravilloso de 2019. No será un año increíble, no podrá serlo porque es el primero que viviré sin la que ha sido la persona más importante de mi vida. La que más he querido, la que más me ha querido a mí. Mi pilar en todos los sentidos. Tan solo espero que sea tranquilo, que no me dé disgustos y que me sirva de punto de partida para la que será mi nueva existencia a partir de ahora.