sábado, 28 de julio de 2018

Un lugar para enamorarse (relato)


La verdad, mamá, no sé por qué te has empeñado en hacer este viaje así, tan de repente, y precisamente en este momento. ¡La abuela acaba de morir!
Rosa miró a su hija sonriendo enigmáticamente y se ajustó en el hombro el tirante del enorme bolso de mimbre que llevaba. 
¿Tanto te molesta pasar unos días en la playa con tu madre?
Sabes que no. Es solo que no entiendo por qué te ha entrado tanta prisa por venir aquí.
Es un lugar precioso.
Bueno..., si. Eso es verdad concedió Clara con el eterno tono inconformista natural de sus diecisiete años. 
Hunde bien los pies en esta arena, Clara le dijo Rosa, haciendo ella lo propio; recreándose en la suavidad de esa orilla y la frescura del mar que bañaba sus tobillos, aquí están tus raíces.
La adolescente la miró con el entrecejo fruncido. 
Cuando te pones metafórica eres un rollazo. 
La mujer rió al tiempo que le rodeaba los hombros con un brazo.
No es una metáfora. Es aquí donde nació la abuela Teresa―. Se detuvo, queriendo remarcar sus palabras con el gesto―. Su casa estaba justo allí. El ayuntamiento la derribó hace unos años por infringir la ley de costas. 
Pues qué pena. Tenía que ser una pasada levantarse todas las mañanas oyendo cómo las olas rompen en la orilla. 
Sí, el mar encierra tantos misterios...
Si estás intentando contarme una de tus historias arranca de una vez. 
La mujer no dejó caer en saco roto la impaciencia de su hija y, haciendo a un lado los preliminares, obedeció y fue directa al grano. 
Tu abuela era muy joven cuando el Olimpia, un gran buque mercante, arribó al puerto del pueblo. Era una calurosa mañana de principios de verano y todo el mundo se acercó para ver la impresionante embarcación y el ir y venir de la tripulación. Esa fue la primera vez que los ojos de Teresa se cruzaron con los de Steven, uno de los marineros. Y también la primera vez que el corazón le latió desbocado dentro del pecho, anticipándole los misterios de un sentimiento del que aún no sabía más que lo que había leído en los libros. Así, desde la distancia y rodeados por una multitud que dejó de existir para ellos, ambos compartieron una mirada que los unió para siempre. Naturalmente, la cosa no fue a más y una vez que el gentío, con la curiosidad satisfecha, se retiró, tu abuela regresó a casa y el muchacho a sus quehaceres. Pero el destino juega con sus propias reglas y siempre consigue aquello que se propone. Así, en los dos días que el Olimpia estuvo atracado en el puerto, Teresa y Steven se encontraron, sin buscarse, en cada rincón del pueblo. Tiempo suficiente para que el marinero decidiera que había encontrado aquí algo que no había podido hallar en ningún otro lugar. Cuando el buque zarpó él ya no viajaba en su interior y, durante meses, los dos se amaron a escondidas; inventando excusas para verse, a espaldas de todos, en los lugares más insospechados. Hasta que, justo el día en que se cumplía un año de aquella primera mirada que cruzaron en el puerto, Steven se presentó en la casa de la playa ―Rosa señaló con un dedo el lugar en el que esta estuvo― dispuesto a pedir la mano de Teresa. 
¿Y la cosa no fue bien? preguntó Clara, para despejar el súbito silencio de su madre. 
El padre de Teresa, José, tu bisabuelo, era un hombre muy orgulloso. Todo un señor farmacéutico que no iba a permitir que su hija pequeña se casase con un Don Nadie. 
No era nada clasista, ¿a que no?la muchacha hizo una mueca de desagrado―. ¿Y así terminó todo?
¡Por supuesto que no! Steven amaba demasiado a Teresa para darse por vencido. Buscó trabajo y decidió ahorrar un poco de dinero para poder casarse con ella. Se embarcó en un pesquero, dejando a tu abuela con la promesa de que en tres meses regresaría y ya nunca volverían a decirse adiós.
Y no volvió se adelantó la chica al final de la historia―. Típico de los tíos, ¡qué asco!
No, no volvió corroboró su madre con expresión triste―. El mar se tragó la embarcación dos días después de que hubiese zarpado. No hubo supervivientes... y el cuerpo de Steven jamás se encontró. 
Ni siquiera la rebeldía juvenil de Clara tuvo respuesta para un final tan trágico e inesperado como aquel. 
Murió. Pero tu abuela se negó a aceptarlo y, cada noche, bajaba a la playa. Se detenía en el mismo lugar en el que estamos nosotras ahora, con una vela encendida en la mano para ayudarlo a regresar a ella, tal y como le prometió al partir. Ese fue el gran amor de su vida. 
¡El gran amor de su vida fue mi abuelo! protestó la muchacha con una indignación bastante infantil.
No, cariño la corrigió pacientemente su madre. Igual que hacía cunado llegaba a casa peleada con algún amigo del colegio―. Él fue solo el remedio que buscó José el farmacéutico cuando descubrió que su hija estaba embarazada de tu padre. 
¡Eso te lo has inventado!
Hay que aceptar las cosas como son. Aquel marinero extranjero fue el gran amor de su vida. Y, después de tantos años, ha llegado el momento de que se reúnan. 
Sin previo aviso, Rosa sacó de su bolso la urna que contenía las cenizas de la fallecida Teresa. 
¡Mamá! ―Y con ello condujo a su hija al borde de la histeria―. ¡¿Sabe papá que has robado las cenizas de la abuela?!
Una alarma que no la afectó lo más mínimo. Se giró, dando la espalda a Clara como si no hubiese oído su recriminación, y se adentró en el mar. 
¿Por qué te parecerás tanto a tu padre y tan poco a mí? se lamentó de un modo mucho más calmo al expresado por su pequeña―. No me extraña que la pobre Teresa recurriese a mí para cumplir su última voluntad. 
Mamá, por favor, vuelve aquí.
Pero Rosa no le hizo caso. Siguió adentrándose en el mar hasta que el agua le mojó la cintura. Entonces, retiró la tapa de la urna e introdujo en ella la mano derecha. Cuando volvió a sacarla era un puño cerrado que elevó sobre su cabeza. 
Venga, mamá, déjalo ya insistió otra vez Clara―. Volvamos a casa ahora. Papá se va a enfadar un montón si se entera de esto. 
¿Quieres relajarte? Es la última voluntad de tu abuela, lo menos que podemos hacer es respetarla. Aunque se salga de tus esquemas y de los de tu padre. 
Abrió el puño y las cenizas que había apresado en él escaparon arrastradas por una repentina brisa. Como si estuviesen desando huir para adentrase en ese mar azul que llenaba todo el horizonte. Rosa continuó vaciando el contenido de la urna y un profundo silencio, solo interrumpido por el sonido del mar, se hizo entre ella y su hija. Las dos mujeres permanecieron en esa quietud un buen rato, observando como Teresa se fundía con las olas; sintiendo que finalmente, después de tantos años, se reunía con su amado Steven. 
El nudo flojo del pareo de Clara se deshizo y la prenda salió volando empujada por el viento. La muchacha echó a correr tras él, desoyendo la voz de su madre que la instaba a dejarlo ir; afanada en el ridículo empeño de recuperar el trozo de tela blanca. Al llegar al lugar en el que estuvo la casa de su abuela se detuvo, viendo que la prenda descendía como un paracaídas hasta tocar la arena. No reparó en que no estaba sola hasta que vio el par de manos que recogieron su pareo del suelo. 
¿Es tuyo? preguntó el recién llegado. 
Sí respondió ella quedamente. Desviando la mirada de las manos del desconocido para posarla en sus ojos, del mismo color que el océano. 
Con la urna aún en sus brazos, Rosa sonrió viendo la escena desde la distancia. 
Siempre fuiste un poco bruja, Teresa. Se detuvo a echar un vistazo a su alrededor, recreándose en la belleza del paisaje―. Definitivamente, este es un lugar perfecto para enamorarse. 

viernes, 6 de julio de 2018

Déjame ser (poema)

Deja que sea el alma en pena
que pague por tus pecados
que quiero morir en las zarzas
espinosas de tus brazos.

Que han sido tus manos mi cruz,
tus caricias son mis clavos,
y tu cuerpo el fuego cruel
donde me he purificado.

No importa si arrastro cadenas
o si los pies me desgarro
por esos oscuros caminos
que tú antes has andado.

No te preocupes por mí,
ni trates de remediarlo,
pues sin remisión me perdí
cuando me entregué a tus brazos.

lunes, 2 de julio de 2018

Primer boceto de la portada

Negro, rojo y un poquitín de blanco se fusionan en la carta de presentación de mi particular Cenicienta. Me moría de ganas de verla y esta mañana mi ánsia se ha visto satisfecha. ¡Por fin le he podido echar un ojo a la primera versión de la que será la portada de mi segunda novela! 

No, no es esta. Pero va en la línea.


Elementos típicos del cine y, claro, el inébitable zapato (pocos han hecho tanto por la industria del calzado como Cenicienta) se unen en la imagen de cabecera de la historia. Le va genial; define muy bien la esencia de la novela y eso es lo más importante. No me gustan las portadas que no dicen nada de lo que vamos a encontrar tras ella. No les veo el sentido.

Mil gracias al equipo de Harper Collins por su trabajo, y por el mimo con el que están tratando el mío.