Era septiembre.
Te vi venir a mí desde
el final de la acera.
Nuestros ojos tropezaron;
yo te vi, tú me viste
y el disimulo se
descartó como estrategia.
Pero nos ganó el orgullo.
O quizás fuera el dolor,
la inseguridad o la pena.
Era septiembre.
Nos cruzamos como desconocidos
en una calle cualquiera.
Y sentí frío dentro.
Ahí supe que el invierno
había deshojado
nuestra primavera.
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